martes, 19 de febrero de 2013

Jazz: un espacio siempre alerta



Este género musical, tan vinculado a la anterior centuria, vivió en los últimos lustros un cierto proceso de redescubrimiento y reivindicación de sus orígenes, distanciándose de lo popular-como el rock-cuya influencia había llegado a ser excesiva.




El jazzista Wynton Marsalis (Nueva Orleans, 1961).

FEDERICO GONZÁLEZ

Por comparación con etapas anteriores, y con cierta ayuda del escepticismo más cínico, podría despacharse este resumen espetando que en los últimos 25 años no ha pasado absolutamente nada nuevo ni importante dentro del jazz. Pero basta un segundo de reflexión para agolpar en la memoria multitud de hechos valiosos que merecen posarse en la historia sin máscara y a plena luz del día.
Hacia 1976, las principales fuerzas del jazz, o al menos las únicas capaces de llenar grandes auditorios, emanaban de Miles Davis -a punto de iniciar un largo retiro- como guía conceptual y de algunos de sus alumnos aventajados al frente de los grupos Weather Report (Joe Zawinul y Wayne Shorter), Return To Forever (Chick Corea) y Head Hunters (Herbie Hancock). En cualquiera de los cuatro casos, la influencia de géneros aledaños resultaba quizá demasiado ostentosa, y es posible que fuera ese descarado proceso colonizador por parte del rock y otras músicas dominantes lo que impulsó a determinados jóvenes aprendices a rescatar un modo de tradición que intuían grande y noble, pero sobre la que, en sus propias palabras, sabían muy poco. Desconocían incluso que The Art Ensemble of Chicago y otros colectivos de avanzada llevaban ya algunos años defendiendo una forma propia de interpretar los sueños de los viejos maestros.

El trompetista estadounidense Wynton Marsalis dio el paso adelante con el típico gesto remiso del voluntario ala fuerza. Al público y prensa les enamoró su técnica y su aspecto intachable, a pesar de que sus primeros pasos, de la mano del gran Art Blakey, delataban a un bisoño veintiañero sacudiéndose a toda prisa la rigidez acumulada en sus muchos cursos de conservatorio. El tiempo ha obrado maravillas en Marsalis y hoy es un artista mayúsculo.

Pensamiento autónomo

En los últimos 15 años, los fieles a Marsalis han sembrado el mercado con cientos de discos clónicos, pero algunos de sus seguidores han cambiado de orientación y ya dan muestras de pensamiento autónomo. Aún más provechosa ha resultado la labor de otros músicos que no se preguntan si sus hallazgos caen dentro de alguna categoría conocida. En esta órbita se ha visto circular al saxofbnista John Zorn, el hombre de las mil ocurrencias, o a Dave Douglas (trompeta), Joe Lovano, David Murray, Steve Coleman y Ken Vandermark (saxos y clarinetes), Dave Holland y Charlie Haden (contrabajos) y Gerry Hemingway y Bill Stewart (baterías). Bajo una filosofía similar, Europa ha añadido preciosas gotas de cultura secular a la pócima, y desde el trompetista italiano Paolo Fresu hasta el ya fallecido batería finlandés Edward Vesala han aportado hallazgos de valor determinante. España se ha apuntado con cierto retraso a esa tendencia, pero, tras la muerte de Tete Montoliu, el saxofonista Perico Sambeat, el pianista Chano Domínguez y el contrabajista Baldo Martínez, entre otros, han invitado al optimismo. Laya estimable nómina nacional se engrasa a diario con nombres de interés: Albert Sanz (piano), David Xirgu y Ramón Díaz (baterías) y David Mengual (contrabajo) así lo atestiguan. El último cuarto del siglo XX hubiera merecido la pena sólo por la posibilidad de paladear la madurez explosiva de ancianos de oro como el añorado trompetista Doc Cheatham, o los pianistas Hank Jones, Barry Harris y John Lewis, este último recientemente fallecido. No menos estimulante ha resultado la tarea de los colosos subterráneos de esa rocosa escena downtown que bien podrían ejemplificar el inolvidable Julius Hemphill (saxos y flautas) y el muy activo William Parker (contrabajo). Horace Silver, Don Cherry, Andrew Hill, Tony Williams, Archie Shepp y otros músicos que habían firmado obras capitales antes de los años setenta han sabido mantener después con toda dignidad su compromiso con la gran música, e incluso algunos, caso de Ornette Coleman, Joe Henderson, Paul Motian, Paul Bley, Lee Konitz, Sam Rivers, Mal Waldron, Steve Lacy o Cecil Taylor, han añadido durante los ochenta y noventa páginas ineludibles a su formidable historial.
Pero si en algo han sido generosos los últimos 25 años ha sido en producción discográfica. De la misma manera que Keith Jarrett empezó a hacerse grande con The Köln Concert (ECM, 1975), el también pianista Brad Mehldau y el saxofonista tenor Mark Turner han ido desvelando su apasionante mundo expresivo a través de una esmerada colección de títulos. Método similar han seguido Cassandra Wilson y Diana Krall, las dos voces jóvenes sobre las que descansa la responsabilidad de honrar la memoria de las grandes damas desaparecidas.
Sin duda, lo peor de cualquier resumen temporal es la enorme y maldita lista de muertos que produce, sobre todo cuando incluye finales tan trágicos como los de Stan Getz, Chet Baker, J. J. Johnson y Woody Shaw. Tras 25 años devastadores en este aspecto, el jazz ha perdido algo de ese halo luminoso que desprenden los pioneros, pero la mejor prueba de que su final no se atisba es que fuera de tí este repaso han quedado cientos de músicos importantes que trabajan, día a día, para mantenerlo palpitante y siempre alerta.


El Pais Babelia Sabado 08.05.2001

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