martes, 19 de febrero de 2013

Rock pop: del gris al arco iris



El rock ha dejado de ser un fenómeno marginal y es ya una forma de expresión que se consume sin complejos. Ha habido en estos años tiempo suficiente para que, en la escena nacional, grupos y propuestas triunfen, decaigan y vuelvan a renacer.


DIEGO A. MANRIQUE

Allá por 1976, el rock en España estaba marginado o, literalmente, rodeado de un grisáceo cinturón policial: el concierto de los Rolling Stones en Barcelona contó con lanzamiento de bombas de humo ¡al interior! de la plaza de toros en que actuaban los británicos, aparte de una carga contra los espectadores, durante la cual cayó algún porrazo sobre quien firma esto.
Con semejante punto de partida, cualquier análisis sobre los 25 años transcurridos tiene que ser optimista: ahora, los escasos miembros de la Policía Nacional destacados a un concierto masivo procuran deslizarse al interior del recinto y disfrutar de la música. El rock y el pop son sencillamente otra forma más de entretenimiento y de expresión. Eso sí, sin tratamiento fiscal de actividad cultural.
En este cuarto de siglo, las tendencias nacionales, que entonces subsistían a duras penas, han tenido oportunidad de eclosionar, decaer y hasta renacer. El movimiento de los cantautores superó el descrédito y el ataque de las modas para convertirse en un magma en el que caben desde un predicador clásico como Ismael Serrano hasta un nihilista corrosivo tipo Albert Plá. El rock urbano aprendió a reflejar vivencias y sentimientos con modos



Juan Perro (Santiago Auserón), durante un programa de televisión.

musicales peculiares, lo que explica la supervivencia de pioneros como Rosendo Mercado, sin el cual sería imposible explicar a Los Enemigos o Extremoduro. El rock con raíces, tanto catalán como andaluz, tuvo su ascensión, caída y resurrección. Particularmente, el flamenco ha contaminado a todas las músicas populares, lo que a su vez ha creado un clima favorable para cantaores que por vez primera llegan a públicos amplios con discos muy meditados, más cercanos al pop que a los sueños húmedos de los legisladores de las esencias. Bastardos del flamenco, como la rumba catalana o la madrileña, fueron reinventados por visionarios como Gato Pérez, Los Rodríguez o Estopa.

Aventuras eclécticas

Igual ha ocurrido con otros signos de identidad regionales: las gaitas gallegas y los acordeones vascos, personificados en trotamundos como Carlos Ñúñez y Kepa Junkera, han protagonizado extraordinarias aventuras eclécticas y eléctricas, a veces con repercusión continental. La apertura de los músicos españoles a otros mundos sonoros ha supuesto un hermoso acicate: como ha contado Joaquín Sabina, "yo era un tipo con boina hasta que conocí América".
Ese turismo de orejas abiertas, reforzado por la presencia de músicos foráneos, ha propiciado hermanamientos con el son cubano, las músicas magrebíes o los modernos ritmos brasileños, con el resultado del nacimiento de un difuso rock internacionalista, bautizado por algunos como "radical mestizo", inspirado estética e ideológicamente por Manu Chao. De rebote, el boom de la música cubana se canalizó a través de España, aunque fallara la infraestructura industrial para lanzar hallazgos como Compay Segundo: Santiago Auserón grabó su Antología definitiva, pero fue Ry Cooder quien le popularizó. A pesar de sus abundantes enemigos, queda claro que la historia musical del final del siglo XX debe reservar su lugar principal para la movida, inicialmente conocida como "nueva ola". A principios de los ochenta, impetuosos grupos juveniles reescribieron las reglas del juego, incluso sociales (fue notable la aportación femenina). Carecían de complejos y tuvieron suficiente iniciativa para crear canales alternativos. Radio Futura, Nacha Pop, Dinarama, Esclarecidos, Mecano, Gabinete Caligari, Golpes Bajos y El Último de la Fila terminaron desintegrándose o fueron triturados por la industria, pero nadie puede negarles haber logrado la normalización del pop en castellano, que vivió una auténtica edad dorada. De hecho, la respuesta a su omnipresencia y su cansancio creativo fue, durante los noventa, la aparición de innumerables grupos anglófonos, que -con la excepción de Dover- no consiguieron transcender. Ellos constituyen uno de los grandes misterios de estos últimos 25 años, aparte del raquitismo del rap español, curiosa rareza frente a su implantación universal.


El Pais Babelia Sabado 08.05.2001

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