viernes, 9 de abril de 2021

ROCK & ROLL en el plató por Diego A. Manrique

 Casi 50 años de rock dan mucho de sí: canciones con resonancia multigeneracional, mitos a prueba de bala, trayectorias con moraleja. Hollywood ha encontrado una nueva mina: los biopics que comprimen vidas de auténtica montaña rusa en menos de dos horas.



Texto: Diego A. Manrique

Siempre es más verde el césped de la casa de al lado. Y el bendecido por los dioses aspira a lo que no posee. Tiene gracia que las estrellas del rock arriesguen reputación y, a veces, fortuna por entrar en el planeta del cine, sea actuando (David Bowie), dirigiendo (Neil Young) o produciendo y actuando (Mick Jagger). A su vez, las figuras del cine -especialmente el brat pack y sus satélites- sueñan con inmortalizar digitalmente su voz o su guitarra; en el caso de carencia de aptitudes, la alternativa reside en encarnar a ídolos del rock en la pantalla grande. Para la galaxia Hollywood, el mito del rock a-punto-de-biopic debe cumplir los tres mandamientos: vivió rápido, murió joven y dejó un bonito cadáver. No sirve un Chuck Berry, que todavía colea, pero está afeado por sus estancias en la cárcel -delitos sexuales, incumplimiento con Hacienda- ya que su biografía rezuma amargura. Evidentemente, también cuenta el color: Jerry Lee Lewis, con un historial delictivo similar, sí tuvo su biopic, aquel Gran bola de fuego (1989). Así que todavía habrá que esperar para que llegue la hora de Otis Redding, cuya avioneta se estrelló en 1967. Sin embargo, ya está en marcha la filmación de la desdichada vida de Brian Jones, el ex Rolling Stones que se ahogó en misteriosas circunstancias en 1969; Brad Pitt parece que será el elegido. Tampoco hay una fecha fija para poner en imágenes las andanzas de la más luminosa estrella fugaz de los sesenta, el titánico Jimi Hendrix; su familia, que se ha hecho finalmente con el control de sus grabaciones históricas, planea relanzar su catálogo con un biopic a principios del siglo XXI. Por el contrario, ya han pasado por el celuloide los otros mártires del año 1970: Jim Morrison fue mitificado por Oliver Stone y Janis Joplin lleva años sobrevolando las juntas directivas de Hollywood.



El caso Joplin evidencia lo complejo de poner en marcha hoy un proyecto biográfico. Esa medianía musical llamada Melissa Etheridge, cuya mayor audacia ha sido proclamar su lesbianismo, va a interpretar a la tejana, cantando incluso sus éxitos. Por el contrario, los herederos apuestan por filmar la biografía confeccionada por su hermana, Dear Janis, con Lili Taylor haciendo que canta las grabaciones originales. Y aún hay una tercera iniciativa boqueando en busca de apoyos. Sin contar con que The Rose (1979), la película de Bette Middler, era una adaptación transparente de las miserias de Janis. Recuerden: una buena historia se puede filmar una y otra vez.

En el camino de Graceland
Y siempre se puede buscar un ángulo inédito para contar lo de siempre. Harvey Keitel encarna a alguien que es/se cree Elvis Presley en The Road to Graceland, que dirige David Winkler. Dado que Elvis es lo más parecido a un santo que ha surgido en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo, la filmografía presleyiana no dejará de crecer. Hay hueco incluso para la esposa infiel: la propia interesada, Priscilla Presley, supervisará el rodaje de Novia niña: la historia desconocida de Priscilla Beaulieu Presley. No, el adjetivo desconocido no significa que se reflejen los peculiares hábitos sexuales de Elvis o su furor asesino al saber que su esposa se largó con su instructor de kárate.

Y es que un buen biopic sirve para reescribir la historia y maquillarse para el paso a la posteridad. Lo sabe Yoko Ono, que ha aportado muchos millones de dólares para ejercer la producción ejecutiva en una biografía de John Lennon. La Columbia, que necesitaba su permiso para incluir las canciones del finado, ha pasado por el aro: Yoko tendrá derecho de veto sobre el guión y hasta sobre los actores elegidos. Oiga, resulta comprensible: debe de estar harta de ser, en la imaginación popular, la bruja nipona que separó a los Beatles.





La viuda tendrá que cuidarse muy mucho de manipular la balanza: los otros supervivientes están con la mosca detrás de la oreja. Igual admonición cabe extender a los valientes que se atreven a encarnar a leyendas vivas. Michelle Pfeiffer juguetea con la idea de meterse bajo la piel de Marianne Faithfull, que no tiene nada que perder tras su autobiografía, excepcionalmente honesta e igualmente notable por no echar balones fuera. Más precauciones debe tomar Tom Cruise, encargado de llevar al cine la asombrosa vida del productor discográfico por antonomasia, Phil Spector. Un megalómano con tendencias paranoicas, como recordaba uno de sus pupilos, Leonard Cohen, que no disfrutó con el método spectoriano para resolver diferencias creativas: "Saca la pistola y todos se callan".

El riesgo vale la pena. Corinne Usher, una psicóloga consultada por The Sunday Times, tiene una explicación pintoresca: "Las estrellas de cine se hartan de las personalidades que les crean las máquinas publicitarias de los estudios; si se aproximan a héroes de la vida real, pueden recuperar en cambio una parte de su propia personalidad".

¿Uh? Puede también que se trate de sublimar pequeñas miserias. Hace unos meses hubo una puja entre dos de las máximas estrellas del pop negro: Whitney Houston y Janet Jackson se disputaban la biografía de Dorothy Dandridge, la primera actriz y cantante de color aceptada por Hollywood, protagonista de Porgy and Bess y Carmen Jones. La Dandridge fue una mujer de armas tomar que se pleiteó contra Confidential (la prensa sensacionalista tuvo su venganza cuando murió, dicen algunos que por sobredosis de barbitúricos). Al final, pesó tanto la reputación de cada cantante como su cartera. La Jackson cultiva últimamente una imagen hedonista -en su último disco se relame cantando crónicas de tríos y sadomaso suave- mientras que Houston lleva con dignidad herida los rumores de lesbianismo y de violencia marital. Ganó Whitney.

Versión higiénica de vidas musicales
Hollywood aplaude estos biopics: generan bandas sonoras millonarias y sus previsiones de taquilla son optimistas. Los seguidores originales de los artistas difícilmente resistirán la tentación de revisar una versión higiénica de una historia que conocen más o menos bien. Estos supervivientes son los que controlan el poder cultural y han convencido a sus retoños de que nada como los años cincuenta / sesenta / setenta / etcétera.

Benditos datos demográficos: los mismos que llevan años bautizando películas con títulos de canciones -de Blue Velvet a Stand By Me- saben que pueden vender a los protagonistas de aquellas gestas musicales. Que la añeja trilogía de sexo + drogas + rock and roll se hace aún más apetecible en tiempos de miedo y moderación impuesta desde arriba. 



1 Semilla de maldad (Richard Brooks, 1955). Como recordaba Frank Zappa, no importaba que el mensaje tirara hacia lo conservador: "Sonaba el himno internacional de los Teen-Agers -Rock Around the Clock, de Bill Haley and The Comets-y eso era suficiente". Alborotos en muchas salas de proyección.

2 ¡Qué noche la de aquel día! (Richard Lester, 1964). El subtexto: estar en un grupo de rock es lo más divertido del mundo. Quinientas mil guitarras de palo fueron arrinconadas mientras The Beatles buscaban electrificarse.

3 El graduado (Mike Nichols, 1967). El argumento-niño bien, Dustin Hoffman, que
sale de la Universidad y no sabe qué hacer con su vida- es menos importante que el hecho de que Simón and Garfunkel encajaran allí su folk-rock en complicidad con el director.

4 Easy Rider (Dennis Hopper, 1969). La polarización estadounidense se resuelve de mala manera. Hopper y Fonda usaron una banda sonora de varios artistas para ilustrar su odisea, fórmula obligada ahora en toda película, tenga o no justificación.

5 Performance (Nicholas Roeg, 1970). Mick Jagger encarnaba a una estrella del rock en esta turbia historia. Funcionaba y docenas de sus colegas le han imitado esperando que la flauta vuelva a sonar. Y no.

6 American Graffiti (George Lucas, 1973). Un miembro del babyboom embelleciendo su adolescencia. Algunas frases -"La música se fue a la mierda desde que murió Buddy Holly"-revelaban que Hollywood también podía ser hip y asumir la estética del rock como bagaje cultural.

7 Quadrophenia (Frank Roddam, 1979). La ópera rock de The Who alcanzaba dimensiones épicas y, de paso, resucitaba el movimiento mod, confirmando que la ley del eterno retorno no es broma.

8 Radio On (Chris Petit, 1979). Una road movie británica y deprimente, con un disc jockey impulsado por música de sintetizadores y la presencia de Sting.

9 Stop Making Sense (Jonathan Demme, 1984). El director de Talking Heads potenciado
por un realizador sensible a la polirritmia.

10 The Commitments (Alan Parker, 1991). Aunque lastrada por parkerianismos, un triunfo a partir de una historia improbable: unos pardillos dublineses que se reciclan en obreros del soul y se autoincineran velozmente.


Cinemanía nº29, febrero de 1998

No hay comentarios:

Publicar un comentario