El disco maldito de R.E.M
Up fue un reflejo de la crisis existencial de R.E.M. Tras la sucesión de triunfos planetarios de Out of Time y Automatic for the People, seguidos de la incursión en un rock más sucio con Monster y en el sublime claroscuro de New Adventures in Hi-Fi, Up era un disco de reinvención. El grupo, surgido del pospunk de los ochenta, nunca aspiró a llenar espacios; fueron finisecular hacia la electrónica de grupos como U2 o Radiohead impulsó a R.E.M. -amputados de su batería Bill Berry, víctima de un aneurisma cerebral- a rodearse de cajas de ritmos y un puñado de loops, con dos productores de moda, Pat McCarthy y Nigel Godrich, a los mandos.
Puede que nunca superaran este revés. Se separaron en 2011 tras cuatro álbumes olvidables, exceptuando algún último coletazo de genio como "Imitation of Life". La recepción que mereció Up resulta comprensible: era un disco pensado para borrar pistas, casi una tabula rasa, en la que la vertiente melódica ("Daysleepeer" y "At My Most Beatiful", que parece escrita por o para Brian Wilson) se va extendiendo para dejar lugar a un pop anguloso y abstracto, contaminado por la melancolía ("The Apologist", "Sad Professor") y por una poesía marciana y abstrusa ("Diminished", "Parakeet", "Lotus" o la alucinante "Hope"). El único reproche: no poder retroceder en el tiempo para escucharlo otra vez en un discman.
Álex Vicente
El Pais. Babelia nº 1.677. Sábado 13 de enero de 2024
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