lunes, 1 de agosto de 2016

MUERE JOSÉ MENESE Recuerdo de una noche de cante


Unos amigos nos acercamos a La Puebla de Cazalla porque cantaba un hijo grande del pueblo: José Menese

SANTOS JULIÁ
31 JUL 2016
José Menese, en Barcelona en 2001. VICENS GIMÉNEZ

El 66 sería, y también en una noche de verano, cuando en La Puebla de Cazalla se anunciaba un festival de cante. Y allí que nos acercamos unos amigos de Sevilla porque entre los cantaores figuraba un hijo grande del pueblo, José Menese, de quien ya se decían maravillas. Y fue en verdad una noche de las que ahí quedan, de las que nunca se olvidan. Porque además del delirio de la concurrencia cuando José cerró el festival cantando, como es obligado, por martinete, luego, esos amigos lo acompañamos a su casa, nos sentamos en torno a la mesa del comedor y allí, con otros familiares, y haciéndose un poco de rogar, siguió el cante que desbordaba de su poderosa garganta, por todos los palos habidos y por haber. Maestro en la soleá y la seguiriya, era dueño de un decir con gracia inigualable en los cantes menores y el golpe de su palabra y la potencia y hondura de su voz eran sobrecogedoras en el martinete. Tal vez en la memoria se magnifican los momentos inolvidables pero recuerdo bien que aquella noche volvimos a Sevilla, las del alba tal vez serían, con la piel todavía de gallina.

La música callada del toreo, decía otro amigo, otro José, Bergamín. Yo recuerdo ahora a José Menese como la fuerza silenciosa del cante grande. Nadie respiraba al escucharlo, de tan profunda como era la emoción, todo el mundo no ya callado, sino en silencio, acompañando si acaso con alguna palma sorda, la voz que lo llenaba todo. Es cierto que en el 66, siendo verano o invierno, rondaba también en el aire aquella tensión de la protesta por la libertad arrebatada y los derechos conculcados que escritores como Francisco Moreno Galván llevaron a las letras de amor y pena del cante para ampliar su alcance a la lucha política: el cante como arma de aquel antifranquismo de Triunfo o Cuadernos, de comunistas y cristianos en una irrepetible compañía de viaje. Pero no era esa la fuente de la suspensión del alma que José provocaba nada más arrancar por lo que fuera, por peteneras o por soleás, con un tango o una toná. La fuente era su voz, que venía de lejos, de lo jondo, en la estela de Juan Talega o de Antonio Mairena. Y aquella voz, siempre por encima, o por abajo, de las letras, que escuché por primera vez en La Puebla de Cazalla hace ahora 50 años es lo que nunca ha caído, nunca caerá, de mi recuerdo.


El  Pais


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