martes, 16 de mayo de 2017

CACHAO RETRATO SONORO DE CUBA Por Diego Manrique


 Israel López fue, con su hermano Orestes, el inventor del mambo, de las 'descargas' habaneras, y es todo él un retrato sonoro de la música cubana del siglo XX. Gracias al patrocinio de Andy García, Cachao, el histórico de la música cubana, vive a los 77 años una época de reconocimiento general. El suyo es un cuento de hadas que termina bien.

TEXTO: DIEGO A. MANRIQUE FOTOGRAFÍA: MATÍAS NIETO

El vestíbulo del hotel se llena de gritos y aspavientos. Se trata de una discusión a la cubana entre músicos, pero su jefe, unos metros más allá, ni siquiera se molesta en girar la cabeza para enterarse de las razones del alboroto. Después de todo, Israel López, Cachao, ha contemplado demasiadas conflagraciones similares en sus 77 años de vida.

Además, Cachao hoy está paladeando una de esas jugarretas deliciosas del destino. Esta noche va a actuar en La Riviera ante un público entregado y reverente. Da la casualidad de que en el mismo local madrileño "toqué por última vez en España antes de irme a vivir a Estados Unidos. Con la orquesta de Ernesto Duarte. Fue... ah... el 15 de octubre de 1963. Había unas rosas muy lindas allí y...
Por Dios, qué memoria. Cuando uno ve acercarse a Cachao, pasitos cortos y bamboleando esa cabeza de saurio, uno piensa en esos testigos de la historia a los que se debe disculpar sus neuronas quemadas. Nada de eso: el hombre conserva todas sus cualidades intelectuales. Y se deleita hablando. Sus cuidadores pueden recordarle que ya lleva dos horas conversando, el doble de lo pactado inicialmente, pero él insiste en que las entrevistas forman parte del lado grato de su trabajo.

Tiene sentido. A principios de los años noventa, Cachao era simplemente un músico para alquiler, un nombre más en las páginas amarillas de Miami. Se le podía contratar para tocar en bodas, bautizos y todo tipo de actos sociales, "teníamos incluso repertorio especial para actuar en bandas judías". Para evitar gastos y molestias se había acostumbrado de mala gana a tocar con un bajo eléctrico, "¿tú sabes lo que cuesta cargar un contrabajo en un taxi?".




Un puñado de musicólogos y aficionados a los sonidos cubanos sabía que Cachao era más que un juguete roto. Que en compañía de su hermano, Orestes López, se le atribuía el invento del mambo. Que fue uno de los instigadores de las descargas, carnoso equivalente habanero de las jam sessions del jazz. Que había compuesto, centenares de danzones, mambos, rumbas y otras especialidades cubanas. Que había tocado con el Quién es quien de la música caribeña y que también podía presumir de haber conocido la batuta de Kleiber y otros maestros que dirigieron sinfónicas en Cuba, aparte de respaldar a compañías españolas de zarzuela, "qué bien cantaba la madre de Plácido Domingo".
Sin embargo, todas esas credenciales eran papel (pautado) mojado para la comunidad cubano-americana, que prefería consumir salsa romántica o artistas como Willy Chirino y Hansel Martínez, que reflejaban las ambigüedades de su situación cultural y política. Lo de Cachao era un lastre, recuerdo de un tiempo y un lugar —la Cuba de Batista— definitivamente perdidos. La genuina música cubana no estaba de moda, apenas era apreciada.

Por ejemplo, Andy García, ejemplo cimero de cubano integrado y triunfador, nunca oyó hablar de Cachao en su familia (luego se enteraría de que su padre conocía y había contratado personalmente al contrabajista, cuando era alcalde de un pueblo cubano llamado Bejucal). Andy descubrió un disco de Cachao en una tienda, en su afanosa búsqueda de raíces cubanas. Y se impresionó lo suficiente para, muchos años más tarde, organizarle un homenaje que descubrió públicamente que el músico todavía tenía lo que hay que tener. Llegó luego el documental, Cachao, como su ritmo no hay dos, debú de García como realizador. Y el primer volumen de la trilogía Master sessions, gloriosa recapitulación del tesoro musical acumulado por Cachao en sus casi 65 años como profesional.

Para grabar y lanzar ese disco, García contó con la colaboración de otro triunfador de Miami, Emilio Estefan. Desde Londres, Guillermo Cabrera Infante se apuntó con su habitual tono hiperbólico y, zas, Cachao se convirtió en el hombre de moda. Se le puede escuchar en Mi tierra, el disco millonario de Gloria Estefan, y aparece en Two much, la nueva película de Fernando Trueba.

Uno tiene todo el derecho del mundo a sospechar ante semejante coincidencia de fervores, puede ser alguno de esos homenajes tardíos tan queridos de la idiosincrasia hispana. De acuerdo, pero resulta que Cachao está creativamente vivo. Su contrabajo, que puede hacer ritmo y melodía, es la pieza sabrosa e infalible sobre la que pivotan una serie de instrumentistas de primera que celebran gozosamente la vitalidad de esas composiciones que son paradigma de la mejor música cubana.
Sorprende que Cachao, nacionalizado estadounidense, no haya vuelto nunca a la isla de la que marchó una mañana de 1962, en un barco que puso rumbo a España. "Chico, han pasado tantas cosas..., yo no soy el mismo. Un cubano no deja su tierra sin razones poderosas. Mira, yo nunca me metí en política. En tiempos de Batista me ofrecieron integrarme en la banda de la policía, pero yo no quería ni coger una pistola. Luego, con Castro, me querían militarizar, tenía que hacer trabajos patrióticos y no me veía ni yendo de vigilancia, ni cortando caña. Soy un músico y no quiero otra cosa que poder trabajar a gusto, sin coacciones".



En Cuba se quedó su hermano Orestes. Cachao insiste en que ellos fueron la inspiración de Los reyes del mambo tocan canciones de amor, la novela de Óscar Hijuelos. Ciertamente todas las historias que corren sobre Orestes —mujeriego, bebedor, carismático, vividor— coinciden con el personaje literario. Cuesta más imaginar a Cachao como el hermano romántico, con el corazón arrendado a María, una belleza que se quedó en la isla. "No, yo llevo muchos años felizmente casado con doña Esther. He disfrutado una vida muy estable y ahora veo los frutos. Dentro de unos meses, tendré mi primer bisnieto. Y ya estoy componiéndole una canción de cuna".

Para Cachao, una existencia libre de sobresaltos es la mejor receta para llegar a la vejez con frescura. "Un músico debe ser un modelo de felicidad y humor las 24 horas del día. Mi mujer me dice que me rio cuando estoy dormido y así debe ser. Para estar bien, uno debe de hacer todos los sacrificios necesarios y poner la mejor disposición. No puedo tomar café cubano, pero me he acostumbrado al café con leche. Tampoco puedo comer carne roja, pero hay pescados muy ricos. Del tabaco me olvidé hace muchos años, una noche que me quedé sin cigarrillos en Nueva York. Era un barrio bien bravo y me di cuenta de que era absurdo jugarse el cuello por salir a comprar tabaco. El único vicio que tuve fue el del juego, pero hace tiempo que no toco en Las Vegas. Muchacho, aquello sí que era peligroso. Paul Anka me podía pagar bien, pero me quedaba sin plata antes de volver a la habitación del hotel".

Cachao se quita sus gafas oscuras y aparecen unos ojos claros que endulzan su aspecto tosco. Quiere que cuente lo importantes que fueron los profesores de música españoles, "especialmente los catalanes", en la formación musical de los cubanos: "Había que estar muy preparado si querías llevar una doble carrera, mis compañeros de la Sinfónica de La Habana criticaban a los que también tocaban música popular. Debías demostrar constantemente que eso no te impedía estar a su altura".

Recuerda como una de las grandes experiencias estéticas el haber escuchado a Pau Casals: "Hay millones de chelistas espléndidos, especialmente esos rusos... Pero nadie tenía la delicadeza, la melodiosidad de Casals". Ni siquiera acepta que se hagan comentarios escépticos sobre la autenticidad de la música antillana que despachaba Xavier Cugat: "No, era un músico bien inteligente, que tenía un talento increíble para vender lo nuestro a los americanos. Lo hacía bonito, no se dude".

Y vuelta a lo español. "Me duele no haber vuelto a tocar en Andalucía. Sabe, yo tenía un abuelo al que llamaban El Andaluz. Mi apodo viene de la palabra cachondeo. Sí, era un niño alegre. Claro que no tenía mucho tiempo para jugar. Siempre estaba con clases de solfeo y demás. Pero no, no me quejo de cómo me ha ido la vida.


El legado de Cachao

Con Master sessions, volumen l, (Epic), Cachao ganó su primer Grammy: en un raro gesto de lucidez, los votantes de la academia le prefirieron a Juan Luis Guerra, Jerry Rivera, Luis Enrique y la nipona Orquesta de la Luz en la categoría de "mejor intérprete de música tropical". Es un disco rebosante de música —más de 76 minutos— que algunos han definido como "el mejor retrato sonoro de Cuba en el siglo XX". El segundo volumen llegará a las tiendas en septiembre.

La discografía de Cachao como acompañante —de Eddie Palmieri o La Lupe— es inmensa. Afortunadamente, la reivindicación de su arte ha permitido la reedición reciente de muchas de las sesiones que se hicieron a su mando. En tiendas especializadas es posible localizar joyas como Cachao y su ritmo caliente (Caney), Camina Juan Pescao (Duher), Jam Session with feeling (Maype), Descargas cubanas (Rodven), Cuban Jam Session, Vol. II (Rodven), Canta contrabajo (Duher), Cachao y su Típica (Maype). Naturalmente, esas grabaciones sólo arañan la superficie de su obra: Cachao tiene firmadas más de 3.000 composiciones. "Pero no me importa mucho el pasado. Lo que quiero es vivir lo suficiente para hacer la música de La ciudad perdida, el guión de Cabrera Infante que Andy (García) quiere dirigir. Me gustaría contribuir a contar cómo era realmente La Habana de los años cincuenta". ¿Cómo era, Cachao? "Mire, yo me acuerdo de lo que decía el presidente Kennedy: '¿Cómo es posible que una isla tan pequeña haga tanto ruido?'. Nosotros hacíamos el ruido. El ruido maravilloso".

El Pais Semanal número 233, domingo 6 de agosto de 1.995




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