lunes, 26 de noviembre de 2012

LOU REED "BERLIN" 1973 RCA





"Berlín" es un feliz despropósito. Ninguna de tas partes implicadas en la creación de esta obra quedó satisfecha con el resultado. RCA le dio carta blanca y holgura de medios a Lou Reed esperando que dentro de un formato de superproducción se amplificara el impacto comercial de "Transformer" (1972) y su single insignia, "Walk On The Wild Side". Pero el tiro salió por la culata. Porque el hombre de Nueva York, tan poco dúctil y sumiso él, nunca ha entendido de pleitesías contractuales. Reed no iba a subordinar sus inquietudes artísticas en favor de valores tan volubles y coquetos como el éxito, la fama o la accesibilidad. Y la compañía no iba a dejar que un lanzamiento discográfico tan colosalista como el que tenía entre manos se convirtiera en un tratado ceñudo sobre temas con tan poca salida en el mercado como el nihilismo, la devastación o el suicidio.
De este tira y afloja salió "Berlín". Demasiado tétrico, espeso y artístico para el paladar de una gran compañía; y demasiado mayestático, desvirtuado y manipulado para satisfacer a un artista con altas intenciones como Reed, quien se resistía a instalarse por el camino fácil en la cultura del triunfo. No obstante, sucede que esta supervisión entrometida por parte de la discográfica juega un papel determinante en el valor final de la obra. La certeza por parte de Lou Reed de que su primer disco con empaque narrativo no iba a salir exactamente como él quería hizo que se fuera derrumbando poco a poco a medida que lo grababa. Este desmoronamiento anímico, voluntaria o involuntariamente, resulta perfectamente identificable cuando se escucha "Berlín"; y además sintoniza de lleno con las pretensiones literarias y el tono que el ex Velvet Underground quería imprimirá la obra.
"Berlín", en el guión, era ya un disco de bajón. Después de sus experiencias en la orilla salvaje, después de la aventura glam del rufianesco "Transformer", Reed se detiene y reflexiona, No va a dejar de visitar los callejones de mala nota, pero tampoco se puede ser un "rock'n'roll animal" todas las noches e irse de rositas. Hay un día, ese "día después", en que te despiertas y ya no estás arriba. Y desde abajo las cosas se ven distintas. Se ven como en "Berlín".
Sin embargo, Reed no optó por la senda de la confesión en primera persona. Él, que tanto había lamentado que Frank Sinatra no hubiera utilizado el yo en sus canciones, imaginó a los bohemios Jim y Caroline; dos personajes terminales cuya trágica historia de degradación afectiva fue el recuadro simbólico -Europa, camas, cafés, niños, muros, frío...- por donde deslizó sus fijaciones autodestructívas.
Gracias a esta coartada literaria, "Berlín" ganaba en narratividad, fondo y pedigrí. Y de paso, todo el rock, que en los setenta estaba tan empecinado en ganar en trascendencia y conceptualidad, también adquiría una nueva anchura. Delante de un decorado instrumental ensortijado (fastuosa producción de Bob Ezrin y concurso de una larga nómina de músicos de postín: Steve Hunter, Dick Wagner, Jack Bruce, Tony Levin, Steve Winwood, B.J. Wilson, Aynsley Dunbar...), se representó un drama musical de dimensiones casi operísticas.
Si bien la primera cara del vinilo -es éste un disco claramente en dos actos- es buena, muy buena incluso, el largo desenlace final de "Berlín" es superlativo. A partir de "Caroline Says II", la relectura de la preciosa "Stephanie Says" de The Velvet Underground, el disco de la ciudad dividida se empieza a amargar hasta extremos poco o nada aconsejables para la salud. Una dolorosa nostalgia secuestra a este tema y a los tres restantes: "The Kids", en su día extirpada por la censura en la edición española; "The Bed", la pieza más frágil, desvestida y a la vez cruel de todo el LP; y, muy especialmente y a modo de coup de grâce, "Sad Song", un hito del rock orquestado que despide el álbum dejando un inequívoco sabor a derrota.
Esta monumental desembocadura, donde realmente vemos a alguien tan difícil de desdibujar como Lou Reed con un tiro en el ala, convierte a "Berlín" en un disco que hay que pensárselo dos veces antes de volver a escucharlo. Y quizá por eso, este álbum se ha erigido como el modelo de referencia que es desde hace unos años.
"Berlín" es un patrón, un canon. Cuando un músico entrega un disco que es su sima personal y a la vez su cima creativa, se dice que ha entregado "su Berlín". Existen otros discos de más o menos la misma época de corte, textura y color similares a los de esta pieza mayúscula de Lou Reed: "Sister Lovers" (Big Star), "Surf's Up" (The Beach Boys), "París 1919" (John Cale), "On The Beach" (Neil Young)... Todos ellos son discos extraordinarios, pero "Berlín" ha acabado siendo la pauta. Quizá las razones deban buscarse en el hecho de que este trabajo, más que ningún otro, nació por errar. Y este carácter de hijo no deseado es una suerte de garantía de que toda la angustia que hay en el álbum no es premeditada. Al menos no del todo. Y es que muy pocos artistas escogerían caer hasta lo más hondo para encontrarse ahí con su obra mayor. Lou Reed, tampoco. Pero, como decíamos al principio, los accidentes ocurren.

 JOAN PONS

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