Dave Holland, más que un contrabajo

Su último disco, Prime directive, ha sido candidato a lospremios Grammy.
FEDERICO GONZÁLEZ




Dave Holland



No es frecuente que un con­trabajista reciba honores más allá de su estricta apor­tación instrumental. Pero con Dave Holland (Wolver­hampton, Reino Unido, 1946) no ha quedado más remedio que acep­tar los hechos, abrir el cajón de las excepciones que confirman la re­gla, y reconocer que es mucho más que un exquisito del ritmo aupado sobre una imaginación explosiva y una técnica suprema.
Sus solos revelan una inteligen­cia incisiva pero sobria, y los fon­dos que crea como acompañante son muy capaces de desviar los sen­tidos de la acción principal con la misma autoridad que un fresco de Miguel Ángel. Nada extraordina­rio hasta aquí, porque contrabajis­tas excelsos ceñidos a su función ha habido muchos. Pero a Holland ya hace años que además le caen con regularidad premios por sus formidables discos para el sello ECM, siempre basados en piezas propias y de los miembros de su grupo. En julio del pasado año, el Festival de Montreal le concedió carta blanca para dirigir diferentes proyectos; el resultado fue una con­tundente serie de cinco conciertos en la que participaron una gran orquesta (fórmula que le atrae ca­da vez más) y formaciones de dis­tinta configuración, desde un dúo con el guitarrista Jim Hall a una sesión con su flamante quinteto, pasando por un trío estelar con Herbie Hancock al piano. Ciertas ideas quedaron en suspenso y el sevillano Teatro Central le brinda la ocasión de culminar una de ellas el próximo jueves, día 15, al frente de un octeto del que sólo cabe espe­rar puro lujo sonoro.
Holland no ha ganado el Gra­mmy para el que estaba nominado en la categoría de mejor disco ins­trumental, pero no hacen falta re­conocimientos oficiales cuando re­sulta evidente que Prime directive, su última obra, fue uno de los hi­tos de 2000. En una muy caballero­sa línea británica, Holland conside­ra que el mérito de su éxito actual le debe mucho a los miembros de sus grupos anteriores y del nuevo, completado por Robin Eubanks (trombón), Chris Potter (saxo), Ste­ve Nelson (vibráfono) y Billy Kil­son (batería): "La interacción me interesa en particular", dice. "Uno de los aspectos que más disfruto corno contrabajista es el diálogo de la sección rítmica con los solis­tas. Siempre estoy abierto a suge­rencias y todos los que han tocado conmigo me han influido de algu­na manera".
La perfección sólo parece posi­ble cuando, desde el principio, el artista apuesta por el aprendizaje continuo y la curiosidad constan­te. "A los 13 años solía acudir a un club donde un montón de guita­rristas nos reuníamos para intercambiar ideas", recuerda. "Cuan­do surgió la posibilidad de montar un grupo, nos dimos cuenta de que faltaba un bajista y yo me pre­senté voluntario para cubrir la pla­za. Dos años después vi que Ray Brown había ganado la encuesta de una revista especializada y me compré un par de elepés en los que aparecía con el trío de Oscar Peter­son. Night Train y Affinity, ade­más de otros dos discos de Lero3 Vinnegar, se convirtieron en mi pilares pedagógicos".
Holland ha permanecido fiel la versión acústica del bajo a pesa] de su paso por la que la historie considera primera banda eléctrica de jazz. "En 1968 estaba acabandc mis estudios y ya pensaba en viaja] a Nueva York, pero los aconteci• mientos se precipitaron", explica "Miles Davis me escuchó en e Ronnie Scott de Londres y me lla- mó para incorporarme a su grupc como contrabajista. Miles hacía entonces una especie de resumer de su historia y alternaba temas antiguos con otros nuevos. A medi- da que la música cambiaba me da. ba cuenta de que mi instrumentc de siempre no encajaba bien".
Cuando confirmó que no le apetecía romper su romance con 11 madera noble y que había cumpli do con la historia contribuyendo que discos como In a silent way Bitches brew se convirtieran en títu los de culto, Holland abandonó egrupo de Davis en el otoño de 1970 para lanzarse a una serie de colaboraciones con la crema de los improvisadores libres. El saxofonis­ta Sam Rivers y el grupo cooperati­vo Circle, en el que mantenía ague­rridos intercambios sonoros con Chick Corea y Anthony Braxton, fueron algunos de los trampolines que Holland aprovechó para fun­dar su primera banda. Podía pare­cer el momento menos propicio, pero el tiempo terminó dándole la razón: "Contraje una endocarditis y me tuve que someter a una seria operación quirúrgica", cuenta. "Después de la experiencia, mi es­cala de valores cambió sustancial­mente y me dije que había llegado el momento de intentarlo. Mi espo­sa y yo tuvimos que venderlo casi todo menos la casa y el contraba­jo; por si fuera poco, escogí músi­cos que vivían en ciudades tan ale­jadas como Londres y Seattle".
Aquella extraña situación, man­tenida a golpe de severa factura telefónica y de alta estrategia para montar las giras, se mantuvo du­rante cinco años. Justo el tiempo que le llevó a Holland darse por satisfecho con la sonoridad colecti­va y el nivel de las contribuciones individuales. Desde entonces, sus grupos siempre han tenido un se­llo original que el contrabajista atribuye a las enseñanzas de sus ídolos, en especial Duke Ellington, y a la peculiaridad del componen­te rítmico: "Los verdaderos avan­ces en música siempre se han apo­yado en hallazgos rítmicos. Basta pensar en los papeles que Tony Williams, Elvin Jones y Ed Blac­kwell desempeñaron en los grupos de Miles Davis, John Coltrane y Ornette Coleman, respectivamen­te. En ese aspecto también he aprendido mucho de la música afri­cana, india y caribeña", concluye.
A sus 54 años, Holland cree que el goce a flor de piel de la música y el penetrante misterio de la improvisación permanecen co­mo elementos básicos de su idea­rio. "El título de mi último disco, Prime directive, surgió en la fase preparatoria", continúa. "Por enci­ma de todo, quería transmitir a mis compañeros que lo fundamen­tal era que disfrutásemos tocando; en caso contrario me parecía que no tenía sentido que nos juntára­mos. Ésa era la prioridad absoluta. En jazz, nos movemos en el terre­no de la improvisación y crear en el momento sigue siendo un peque­ño milagro cotidiano".

El Pais, 10 de marzo de 2001

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