viernes, 17 de febrero de 2012

El vuelo sin lastre de Merle Haggard






El cantante y compositor de música country Merle Haggard

RAMÓN FERNÁNDEZ
Quién sabe lo que movió a la tripulación del Apolo XVI a llevar una cinta de Merle Haggard (Bakers­field, 1937) en su viaje a la Luna. Cualesquiera que fueran sus razones, el gesto de los astro­nautas refleja bien el poder de en­ganche del cantante californiano. El folksinger John Stewart lo des­cribe con precisión en Eighteen wheels, su homenaje a Haggard: "Su voz se clava como una nava­ja". Ese aguijonazo también lo sin­tió Andy Kaulkin, fan confeso y presidente de Epitaph Records, cuando hace un año leyó un artícu­lo de Merle en LA Weekly. La leyenda del country alardeaba de andar sin contrato y Kaulkin no esperó ni un segundo para reclu­tarle para su discográfica, un sello especializado en punki-rock. En realidad, el cantante estaba desen­cantado con la escena musical va­quera: "Voy a trabajar con un sello de rock and roll con la esperanza de que sepa vender discos, porque aquellos que me rodeaban no pare­cían tener esa habilidad, o no que­rían hacerlo. Si analizo mi obra, me veo mucho más cómodo en un escenario junto a Eric Clapton o Bonnie Raitt, que al lado de los artistas hoy catalogados como country".
El Haggard de los noventa no había pasado por una buena ra­cha. Alcohol, bancarrota y una convivencia poco fructífera con Curb Records le mantenían lejos de un estudio desde 1996. Solu­ción: desechar cualquier prejuicio — ajeno, porque su música siempre ha sido encrucijada de estilos— y publicar con Epitaph If I could only fly, una obra imprescindible. Para estos casos, la casa fundada hace una década por Brett Gu­rewitz, ex componente de los punk­rockers Bad Religion, suele recu­rrir a su filial Anti Records. El sub-sello nació, según su propio lema, para que "grandes artistas hicie­ran grandes discos con libre crite­rio y sin las trabas, intereses o ma­quinaciones que la industria inten­ta imponerles". Antecedente: Tom Waits y su exitoso Mule variations.
En el caso de Haggard el princi­pio básico de Anti se cumple: "Es­as canciones son sobre hechos reales, con gente de carne y hueso to­cando los instrumentos, por lo que no he intentado refinar el sonido sino ofrecerlo lo más crudo posi­ble, como a mí me gusta". En If I could only Haggard vuelve a desplegar el crisol musical que ate­sora: western swing, blues, folk, ro­ck, influencias jazzísticas y hasta algún coqueteo con ritmos brasile­ños. Todo eso cabe en un disco de country de Merle Haggard. Éste resulta predominantemente acús­tico, pese a que su autor sea uno de los padres del "Bakersfield sound", modalidad vaquera que en los sesenta introdujo la electricidad y la influencia del rock como reacción a los coros y los empala­gosos arreglos de cuerda de Nas­hville. En Bakersfield fue donde se instalaron, provenientes de Oklahoma, los padres de Haggard poco antes de su nacimiento. Huían de las consecuencias de la Gran Depresión, y encontraron re­fugio en la ciudad californiana. Re­fugio y un vagón de tren fuera de servicio que hacía las veces de ho­gar familiar. El padre trabajaba en el ferrocarril y tocaba el violin en locales de honky-tonk hasta que su cónyuge, muy religiosa, le obligó a dejar los bares.
Un repentino tumor cerebral se lleva al progenitor cuando Merle acaba de cumplir los nueve años.
Nueva vida, nuevas actitudes. Re­belde, pese a los esfuerzos de la madre, empieza a conocer reforma­torios. Todavía rebelde, se casa a los 17 con una camarera, y la des­cendencia llega de inmediato (cua­tro hijos en total, en el que fue el primero de sus cinco matrimo­nios). Siempre rebelde, mantiene a su prole trabajando con las manos, robo de coches y atracos incluidos. En una de esas, bañado en alco­hol, intenta asaltar una cafetería junto a dos colegas. No son las tres de la mañana, como el trío de bo‑
antiene a su prole trabajando borrachos supone, sino apenas las diez y media de la noche. El local está abarrotado y les detienen. Se escapa al día siguiente para hablar con su mujer, le capturan de nue­vo y, esta vez, adiós a las bromas: 15 años en San Quintín. La pri­sión endurece: su esposa va a tener un hijo de otro hombre. El agujero de aislamiento aproxima el espan­to: las largas charlas a través del conducto de la ventilación con un inquilino del corredor de la muerte inspirarán una de sus futuras com­posiciones, Sing me back home.
Después de casi tres años reclui­do, obtiene la libertad condicional. De vuelta a Bakersfield, decide de­dicarse a la música, algo que ya le rondaba desde que su familia le regaló una guitarra a los 12 años. Tocar y cavar zanjas para comer. Pronto sólo tocar: ya le pagaban por ello. Los clubes de Bakersfield primero y, más tarde, las discográfi­cas. Tally Records, en principio (allí obtuvo su primer éxito, Sing a sad song, un tema cedido por la estrella country Wynn Stewart, al que acompañaba como bajista); Capitol, después. Tras triunfar con Swinging doors en 1966, forma banda propia, The Strangers. Suce­sión de números uno y títulos pe­rennes: The bottle let me down (Elvis Costello interpretó una versión), The fugitive, Branded man, un tributo a Jimmy Rodgers, otro al maestro del violín y el western swing Bob Wills...
A finales de los sesenta, su céle­bre Oakie form Muskogee la arma: no era buen momento para ironi­zar sobre el activismo antiViet­nam. Tachado de reaccionario, el entonces gobernador de Califor­nia, Ronald Reagan, le concede el indulto definitivo e incluso Nixon le invita a la Casa Blanca. Odiaba a los hippies, pero también escribió Irma Jackson, una historia de amor interracial. Algo no cuadra­ba. El héroe de la clase obrera, he­redero de Hank Williams y único californiano en el Hall of Fame de la música country, definitivamen­te, iba por libre. Quizá ya entonces anhelaba lo que impulsa ahora If I could only fly: volar sin ataduras.

El Pais, 20 de enero de 2001

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