El vuelo sin lastre de Merle Haggard
El cantante y compositor de música country Merle Haggard
RAMÓN FERNÁNDEZ
Quién sabe lo que movió a la tripulación del Apolo XVI a llevar una cinta de Merle Haggard (Bakersfield, 1937) en su viaje a la Luna. Cualesquiera que fueran sus razones, el gesto de los astronautas refleja bien el poder de enganche del cantante californiano. El folksinger John Stewart lo describe con precisión en Eighteen wheels, su homenaje a Haggard: "Su voz se clava como una navaja". Ese aguijonazo también lo sintió Andy Kaulkin, fan confeso y presidente de Epitaph Records, cuando hace un año leyó un artículo de Merle en LA Weekly. La leyenda del country alardeaba de andar sin contrato y Kaulkin no esperó ni un segundo para reclutarle para su discográfica, un sello especializado en punki-rock. En realidad, el cantante estaba desencantado con la escena musical vaquera: "Voy a trabajar con un sello de rock and roll con la esperanza de que sepa vender discos, porque aquellos que me rodeaban no parecían tener esa habilidad, o no querían hacerlo. Si analizo mi obra, me veo mucho más cómodo en un escenario junto a Eric Clapton o Bonnie Raitt, que al lado de los artistas hoy catalogados como country".
El Haggard de los noventa no había pasado por una buena racha. Alcohol, bancarrota y una convivencia poco fructífera con Curb Records le mantenían lejos de un estudio desde 1996. Solución: desechar cualquier prejuicio — ajeno, porque su música siempre ha sido encrucijada de estilos— y publicar con Epitaph If I could only fly, una obra imprescindible. Para estos casos, la casa fundada hace una década por Brett Gurewitz, ex componente de los punkrockers Bad Religion, suele recurrir a su filial Anti Records. El sub-sello nació, según su propio lema, para que "grandes artistas hicieran grandes discos con libre criterio y sin las trabas, intereses o maquinaciones que la industria intenta imponerles". Antecedente: Tom Waits y su exitoso Mule variations.
En el caso de Haggard el principio básico de Anti se cumple: "Esas canciones son sobre hechos reales, con gente de carne y hueso tocando los instrumentos, por lo que no he intentado refinar el sonido sino ofrecerlo lo más crudo posible, como a mí me gusta". En If I could only Haggard vuelve a desplegar el crisol musical que atesora: western swing, blues, folk, rock, influencias jazzísticas y hasta algún coqueteo con ritmos brasileños. Todo eso cabe en un disco de country de Merle Haggard. Éste resulta predominantemente acústico, pese a que su autor sea uno de los padres del "Bakersfield sound", modalidad vaquera que en los sesenta introdujo la electricidad y la influencia del rock como reacción a los coros y los empalagosos arreglos de cuerda de Nashville. En Bakersfield fue donde se instalaron, provenientes de Oklahoma, los padres de Haggard poco antes de su nacimiento. Huían de las consecuencias de la Gran Depresión, y encontraron refugio en la ciudad californiana. Refugio y un vagón de tren fuera de servicio que hacía las veces de hogar familiar. El padre trabajaba en el ferrocarril y tocaba el violin en locales de honky-tonk hasta que su cónyuge, muy religiosa, le obligó a dejar los bares.
Un repentino tumor cerebral se lleva al progenitor cuando Merle acaba de cumplir los nueve años.
Nueva vida, nuevas actitudes. Rebelde, pese a los esfuerzos de la madre, empieza a conocer reformatorios. Todavía rebelde, se casa a los 17 con una camarera, y la descendencia llega de inmediato (cuatro hijos en total, en el que fue el primero de sus cinco matrimonios). Siempre rebelde, mantiene a su prole trabajando con las manos, robo de coches y atracos incluidos. En una de esas, bañado en alcohol, intenta asaltar una cafetería junto a dos colegas. No son las tres de la mañana, como el trío de bo‑
antiene a su prole trabajando borrachos supone, sino apenas las diez y media de la noche. El local está abarrotado y les detienen. Se escapa al día siguiente para hablar con su mujer, le capturan de nuevo y, esta vez, adiós a las bromas: 15 años en San Quintín. La prisión endurece: su esposa va a tener un hijo de otro hombre. El agujero de aislamiento aproxima el espanto: las largas charlas a través del conducto de la ventilación con un inquilino del corredor de la muerte inspirarán una de sus futuras composiciones, Sing me back home.
Después de casi tres años recluido, obtiene la libertad condicional. De vuelta a Bakersfield, decide dedicarse a la música, algo que ya le rondaba desde que su familia le regaló una guitarra a los 12 años. Tocar y cavar zanjas para comer. Pronto sólo tocar: ya le pagaban por ello. Los clubes de Bakersfield primero y, más tarde, las discográficas. Tally Records, en principio (allí obtuvo su primer éxito, Sing a sad song, un tema cedido por la estrella country Wynn Stewart, al que acompañaba como bajista); Capitol, después. Tras triunfar con Swinging doors en 1966, forma banda propia, The Strangers. Sucesión de números uno y títulos perennes: The bottle let me down (Elvis Costello interpretó una versión), The fugitive, Branded man, un tributo a Jimmy Rodgers, otro al maestro del violín y el western swing Bob Wills...
A finales de los sesenta, su célebre Oakie form Muskogee la arma: no era buen momento para ironizar sobre el activismo antiVietnam. Tachado de reaccionario, el entonces gobernador de California, Ronald Reagan, le concede el indulto definitivo e incluso Nixon le invita a la Casa Blanca. Odiaba a los hippies, pero también escribió Irma Jackson, una historia de amor interracial. Algo no cuadraba. El héroe de la clase obrera, heredero de Hank Williams y único californiano en el Hall of Fame de la música country, definitivamente, iba por libre. Quizá ya entonces anhelaba lo que impulsa ahora If I could only fly: volar sin ataduras.
El Pais, 20 de enero de 2001
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