El banjo sin límites de Béla Fleck
CARLOS GALILEA
Los sonidos breves, duros y brillantes del banjo dejaron su impronta en las imágenes de la película Deliverance. Era la década de los setenta y aquel diálogo instrumental de Eric Weissberg y Steve Mandell en Dueling Banjos impresionó a un adolescente neoyorquino llamado Béla Fleck. Tenía 15 años cuando su abuelo le regaló su primer banjo.
En Los instrumentos musicales en el mundo, de Tranchefort, puede leerse que el banjo es un híbrido que tiene algo del antiguo sistro y de la pandereta: una caja de resonancia consistente en una moldura de madera circular sobre la que se tensa una membrana de pergamino, y un mástil muy largo con cuerdas de tripa o nailon. Aquel rudimentario instrumento que los africanos llevaron a Estados Unidos en el siglo XIX fue ampliamente utilizado en la música popular de allí.
Su declive empezó hacia los años treinta, a pesar de la presencia luego de personajes como Pe-te Seeger y Earl Scruggs, y quedó limitado al ámbito del folk y el bluegrass. Hasta hoy. En los noventa el banjo está viviendo una nueva juventud gracias a músicos innovadores: Alison Brown, acompañante de Alison Krauss y directora musical de Michelle Shocked, o Edward D. Barnes, que ha adaptado incluso un tema de Iggy Pop. Y en manos de Béla Fleck ya no es un instrumento exclusivo del bluegrass. Lo ha introducido en los premios de la cadena MTV y ganó el año pasado uno de los innumerables apartados de los galardones de la industria discográfica, el Grammy al Best Pop Instrumental Performance, por The Sinister Minister, de su disco en directo Live Art.
En 1981, tras tocar en grupos efímeros de Boston y Kentucky, Fleck se alista en New Grass Revival, la banda del mandolinista Sam Bush, empeñada en ensanchar los límites del bluegrass tradicional. Ocho años más tarde, y con su propio dinero, produce el disco Béla Fleck & The Flecktones. De adolescente copiaba laslíneas melódicas del saxo alto de Charlie Parker y estaba fascinado por la música de Return to Forever, la formación de Chick Corea. Un concierto del pianista, en el teatro Beacon de Nueva York, le provocó la necesidad de profundizar como un poseso en las posibilidades del banjo. "Todas las notas que tocaban Stanley Clarke y Al di Meola estaban en el banjo. No era culpa del instrumento que nadie las tocase", llegó a decir.
En su disco Tales from the Acoustic Planet (1994), vio realizado un sueño: tocar con Chick Corea. También lo hizo con el pianista y cantante Bruce Hornsby o el saxofonista Branford Marsalis. Y Paul McCandless, Paquito D'Rivera, Tony Trischka, David Grisman, Dave Matthews, John Scofield o Andy Narell se han unido a él sobre los escenarios. En una entrevista, en su casa de Nashville, Béla Fleck reconocía la suerte de tener amigos en todos los géneros musicales: "El jazz y el bluegrass, la música clásica y el mundo irlandés. La idea de Tales... fue presentarlos unos a otros y dejar que las cosas sucedieran".
Claro que no le ha sido fácil hacerse admitir en los círculos más cerrados del jazz. Pese a todo, los lectores de las revistas Jazztimes y Down Beat, de acuerdo a sus votaciones, le consideran uno de los mejores instrumentistas. Cierto que también le cuesta acomodarse a los gustos de los aficionados al bluegrass o la world music. Tal vez sea éste el precio a pagar por parte de un espíritu libre y heterodoxo.
Alrededor de doscientos conciertos anuales, que incluyen desde Charlottesville (Virginia) o Grand Rapids (Michigan) hasta Suráfrica, Corea y Singapur, pasando por festivales de jazz como los de Montreux, Montreal o Vitoria, garantizan la puesta a punto en directo. Con Béla Fleck viene Jeff Coffin (saxos, clarinete, flauta y voz), que parece convertirse en miembro permanente, y los inseparables Victor Lemonte Wooten (bajos y cello) y su hermano Roy, Future Man, con su synthaxe drumitar –artilugio percusivo electrónico con forma de guitarra–.
Left of Cool, sexto disco de Béla Fleck y los Flecktones, incluye títulos explícitos como `Trane to Conamarra' o un 'Sojourn of Arjuna', con textos adaptados del Bhagavad Gita, y se agradece en los créditos la inspiración a Ornette Coleman, Miles Davis, Tony Trischka, Pat Metheny o los cantantes guturales de Mongolia. Y es que el ecléctico y colorido menú de Fleck oferta country, pop, folk, jazz, funk, hip hop, clásico y sonidos recogidos durante sus viajes a otros países. Su credo: el mundo está lleno de música fantástica y escucharla te enriquece.
El País, 7 de noviembre de 1998
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