martes, 5 de mayo de 2020

El dirigible de Satán

Led Zeppelin tuvo la peor reputación de todos los grupos de los setenta, y pagó por ello.

Led Zeppelin nunca tuvo éxito con la crítica. Se les negó el pan y la sal y, lo más injusto, se les caricaturizó. Urge gritarlo a todo volumen: Led Zeppelin desborda esa manoseada imagen de grupo heavy con querencia por la mística arturiana y las leyendas vikingas. El examen de su discografía descubre un grupo polivalente, con una asombrosa cantidad de recursos: folk, soul, blues, rock orientalista, aires celtas, rock and roll, rhythm and blues. Pueden incluso disputar la paternidad del concepto del unplugged a Crosby, Stills and Nash: Led Zeppelin solía insertar un extenso recital acústico en medio de sus festines de decibelios.

Cierto es que Zeppelin se ganó a pulso la inquina de los medios. Por ejemplo, Jimmy Page tenía la desvergonzada costumbre de apropiarse de añejos temas de blues o de oscuras canciones ajenas y firmarlas con total descaro. Un hábito que propició varias querellas de Willie Dixon y otros damnificados. Existe, incluso, un recopilatorio japonés que cataloga todos sus plagios o, si lo prefieres, sus préstamos.

Robert Plant, el más lúcido del cuarteto, siempre ha explicado esa guerra con la prensa como un resultado de haber triunfado demasiado y demasiado pronto. Claro que, en esto, su testimonio no es especialmente fiable: él era un mocoso de Birmingham, un novato que en cuestión de meses se encontraba actuando en los más prestigiosos locales de Estados Unidos. Antes y después de cada concierto, sus necesidades físicas eran atendidas por las Hermanas Anales, las Moldeadoras de Penes y otras ilustres groupies de la época.

Sus aventuras sexuales han pasado a la mitología secreta del rock: el episodio de la groupie y los peces (pargos colorados pescados desde el balcón de un hotel de Seattle que fueron introducidos en la vagina de una groupie) o la maleta negra de Jimmy Page, con una exquisita variedad de látigos. Y el nada olímpico deporte de destruir hoteles: nadie estaba seguro en una gira de Led Zeppelin.

Todas esas fechorías empequeñecen al lado de sus peores hazañas, dignas de integrarse en la historia universal de la infamia del rock. Si todo grupo en la carretera tiende a comportarse como una pandilla de bárbaros, Led Zeppelin imitaba con entusiasmo a los hunos de Atila: humillaciones, palizas, intentos de violación... Cuando terminaban las giras, tampoco había tranquilidad. John Bonham era un alcohólico belicoso. Jimmy Page se convirtió en un yonqui, y en su casa murió un adolescente.

Para los que creen en las leyes del karma, lo que vino a continuación era más que previsible. Karac Plant, el hijo del cantante, murió a los cinco años a causa de un virus. En 1980 le llegó la hora a Bonham, fallecido mientras dormía, tras haber consumido unas cuarenta copas de vodka. Led Zeppelin se desintegraba sin su batería, y amigos y enemigos evocaron entonces los flirteos de Jimmy Page con la magia negra, su adoración por el satanista Aleister Crowley...

Page y Plant no lograron recuperar su aliento de creadores titánicos hasta 14 años después. Y en típica jugada zeppeliniana, se han vengado del otro miembro superviviente, el teclista y bajista John Paul Jones, ignorándole en esta reunión: siempre hubo unas gotas de maldad en el combustible del Dirigible de Plomo. Diego A. Manrique

Viernes 30 de junio de 1995 El Pais de las Tentaciones
 

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