miércoles, 6 de mayo de 2020

Érase una vez en California texto: Diego A. Manrique

 
 
Los Beach Boys editaron hace 31 años 'Pet sounds', uno de los discos más brillantes de la década de los sesenta. Una reedición con cuatro CD y un libro revela cómo fue realizada esta obra maestra.


 
 En 1976, Paul McCartney pasó por Los Angeles y llevó a su familia a visitar a alguien que admiraba mucho, mucho. Un Brian Wilson hundido e incrédulo escuchó cómo McCartney reconocía ante sus seres queridos la deuda que había contraído con los Beach Boys. Y es que, tal como resumió George Martin, "sin Pet sounds no hubiera existido Sgt. Pepper, que fue un intento de alcanzar el nivel de Pet sounds".

Ni The Who ni los Stones ni los Kinks: el único grupo que intimidó a los Beatles durante sus años más fértiles fueron los Chicos de la Playa. Esto es historia, amigo, y no pretendo establecer nuevas jerarquías en lo alto de la pirámide: también Pet sounds fue la respuesta de Brian a la solidez de madera noble de Rubber soul, que los Beatles lanzaron a finales de 1965, su primer LP concebido como un todo.

Brian alucinó con Rubber soul, pero también con Blonde on Monde (Dylan) o Fifth dimension (The Byrds). Aunque nadie daba un centavo por sus posibilidades de entrar en la primera división: los Beach Boys eran, con perdón, unos felices pardillos. Retoños de la California próspera, descendientes de habitantes de regiones frías de la Unión que emigraron hasta la costa del Pacífico buscando una cierta tierra prometida. Los Boys vendían toneladas de discos desde 1962, pero su santísima trinidad —chicas, surf, coches— sonaba tremendamente fuera de onda en una época prerrevolucionaria. Sus coetáneos más listos estaban triturando las convenciones del rock, una música que dejaba de ser ruido para crios y aspiraba a aglutinar una contracultura, una forma de vida, incluso —¡huy!— contestación radical a todo el sistema made in USA.

Mientras los más avanzados dejaban que sus melenas cubrieran las orejas, los Chicos de la Playa visitaban regularmente al peluquero y actuaban uniformados con camisas de rayas y pantalones oscuros. Habían tardado demasiado en emanciparse del padre de los Wilson, Murry, un músico frustrado y manager desastroso, una de cuyas caricias pudo causar a Brian la sordera en su oído derecho. Los malestares físicos —luego agravados con los psicológicos— de Brian hicieron que se diera de baja en las giras y permitieron que se quedara en Los Ángeles, elaborando su gran jugada: Pet sounds.

Grandiosidad orquestal
Para Sonidos favoritos o Sonidos de las mascotas (los perros de Brian se escuchan al final del disco, y hubo que pararle cuando quiso grabar a un caballo), un escuadrón de grandes mercenarios de los estudios de Los Ángeles, tipos que sabían de visionarios megalomaniacos y obsesivos (Phil Spector, otra influencia decisiva en Brian), esculpieron fondos instrumentales ricos en audacias, con texturas únicas. No llegaba a materializarse "la sinfonía juvenil de Dios" con la que soñaba Brian —ya empezaba a abusar del LSD—, pero había una grandiosidad orquestal ciertamente arrebatadora.

En realidad, una vez que el resto del grupo volvió a sus complejas partes vocales, tras refunfuñar y exigir cambios en letras, Pet sounds es el inmortal retrato de un adolescente entrando en las incertidumbres del mundo adulto. Aparecen fantasmas del pasado, como Caroline no, evocación de una chica top a la que el protagonista nunca se atrevió a abordar, pero los dilemas son más inmediatos: los enamorados imberbes que se plantean unir sus vidas ("¿no sería agradable vivir juntos / en el tipo de mundo al que pertenecemos?"). Abundan las celebraciones de ese estado de embobamiento que llamamos amor ("no hables, pon tu cabeza en mi hombro, / acércate, cierra tus ojos y no te muevas, / toma mi hombro, / acércate, cierra tus ojos y no te muevas..."), pero también brotan desengaños, desencuentros, traiciones, frivolidades de corazones impetuosos.

Pet sounds deriva su impacto de la feliz proporción entre exultación y melancolía, entre voces radiantes y fondos nebulosos: no conozco disco que describa mejor —en letras y música— los claroscuros de los primeros meses de una historia de amor. Eso, junto con su opulencia sonora, explica que conserve su magnetismo desde 1966. Que conste que resultó un pinchazo comercial en la carrera de los Boys. Sólo Sloop John B., una anécdota marinera de las Bahamas que ellos transformaron en canto celestial, ascendió a la zona alta de las listas. Por el contrario, en el Reino Unido, Pet sounds fue acogido como merecía. Derek Taylor montó una escucha en el London Hilton con Lennon, McCartney, Marianne Faithfull y otras primeras espadas. Según la leyenda, John y Paul corrieron a trabajar, y esa misma noche hicieron Here, there and everywhere. Luego llegaría Sgt. Pepper, y el rock alcanzó la velocidad de despegue.

En el espíritu de sana competitividad, McCartney visitaría al año siguiente a Brian en un estudio californiano. Le acompañaba su novia de entonces, Jane Asher (sin relación con Tony Asher, el colaborador literario de Brian en Pet sounds). McCartney interpretó al piano su She's leaving home y se despidió provocadoramente: "¡Debes apresurarte!".
Brian ya estaba preparando lo que intentaba ser la superación de Pet sounds, un LP titulado Smile, que tal vez reventó el (frágil) equilibrio mental del compositor. Una de sus partes más ambiciosas era la Suite de los elementos. Brian, convencido de que su Fuego causaba una serie de inexplicables incendios que mantuvieron ocupados a los bomberos de la ciudad, destruyó las cintas; sus colaboradores le hicieron ver que el caos del material grabado era tan grande que lo razonable era olvidar el proyecto (del que se han intentado reconstrucciones en discos piratas).

Sin embargo, de aquellas sesiones febriles surgió el definitivo y deslumbrante Good vibrations, a la que un cónclave de críticos y profesionales consideró el pasado verano como el mejor single de todos los tiempos. ¿Recuerdas? "Estoy recogiendo buenas vibraciones, / ella me está dando excitaciones".

El resto de la saga de los Beach Boys es, vaya, un melodrama que no aceptarían ni los guionistas de Dinastía. Nadie hubiera imaginado la amistad de Dennis Wilson, all american boy, con el diabólico Charles Manson (el grupo llegó a grabar su Cease to exist con algunas variaciones). Pero Dennis no murió por los cuchillos de la infame familia Manson: lo hizo cuando intentaba recuperar, buceando borracho, los objetos que había lanzado por la borda de su barco en peleas con su esposa. Divorcios, de pareja y profesionales, son una constante en la penosa crónica de los Chicos de la Playa, como los problemas psíquicos de Brian y sus espasmódicos intentos de encarrilarse como artista activo. No importa que todo eso deje un sabor amargo: con Pet sound está garantizado su puesto en el altar mayor del pop. 
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LA CAJA SOÑADA
Coincidiendo con el 30° aniversario del disco original, se anunció para 1996 la edición definitiva de Pet sounds. Sin. embargo, alrededor de los Beach Boys rondan demasiados abogados, juicios pendientes y malas vibraciones. Así que, en realidad, un retraso de año y medio no es apenas nada. The pet sounds sessions marca un hito en reediciones. Primero, se sacaban los elepés en CD, tal como se publicaron; luego, las reediciones enriquecidas, con temas extras grabados en la misma época. Ahora llegan lanzamientos más ambiciosos, que pretenden narrar cómo se hizo tal clásico.

Dos de los cuatro CD están consagrados al Pet sounds canónico: el original de 1966 grabado en mono, remasterizado 30 años más tarde; otro ofrece la primera versión estereofónica, que usa tecnología inexistente en 1966 y cuenta con la bendición de Brian Wilson, que prefería el mono por sus problemas de audición y por considerar que así nadie podía jugar con unas mezclas que le costaban sangre, sudor y lágrimas.

Los otros dos CD describen el proceso de elaboración. Uno recoge sesiones con los instrumentistas, sólo interrumpidas por órdenes o comentarios de Brian. El siguiente CD es más digerible: Stack-o-vocals ofrece las voces de los playeros, casi totalmente a capella. No, no echas de menos los instrumentos. ¡Puro néctar de garganta! Una experiencia casi religiosa, como diría aquél.

¿Vale la pena pagar las, digamos, 10.000 pesetas que costará la caja en tiendas españolas? Habiendo comprado Pet sounds en media docena de ocasiones, en diferentes formatos, yo no soy imparcial: siempre he sentido fascinación por los ángeles cantores que tratan los enigmas de la carne y el corazón.  D. A. M
Pet sounds sessions ha sido editado por Capital / Hispavox.


EL PAÍS DE LAS TENTACIONES Viernes 31 de octubre 1997

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