sábado, 23 de mayo de 2020

Los indestructibles del "soul"

Se llaman Percy, Dobby, Mavis, George... Son gloriosas voces de los sesenta que, en los noventa, todavía tienen lo que hay que tener. No te conformes con oírlos sólo en los anuncios.

Texto: Diego A. Manrique


Dicen que vuelve el soul. No lo creas: el soul nunca ha dejado de estar de moda. Que se lo pregunten si no a los creativos de publicidad, que recurren a Otis Redding o Aaron Neville cuando quieren añadir el plus de sinceridad a los productos que quieren vender.

Lo corroboran los expertos de Hollywood: nada como un clásico del soul, versión original o adaptada, para proporcionar emotividad extra a escenas de entrega amorosa o enfatizar la desolación de una separación (de hecho, la especial resonancia de esas canciones puede servir para titular películas, caso de When a man loves a woman (Cuando un hombre ama a una mujer), My girl (Mi chica) o Stand by me (Cuenta conmigo).

Y las listas de éxitos. Marvin Gaye y Percy Sledge volvieron a las alturas después de que sus voces aparecieran en anuncios de Levi's. Sus añejos discos compitieron con las relucientes producciones de sus alumnos pálidos, gente como Simply Red, Paul Young, Michael Bolton o Joe Cocker. Ellos son los nuevos capataces de la mina del soul, pero también abundan los mineros de fin de semana, que acuden allí en momentos de apuro: uno de los trucos más obvios para relanzar una carrera agonizante es regrabar una canción soul semi-olvidada con sintetizadores y demás parafernalia moderna.

Pero en esta fiebre del oro del soul los que menos se benefician son los verdaderos creadores. Triste, pero cierto. Retrocedamos a la primera mitad de los años sesenta: el soul brota en pequeñas compañías regionales, fundadas por astutos tiburones que llegaron al negocio en los años del rock and roll o antes. Son tipos que trabajan para el éxito rápido de ventas, sin plantearse desarrollar carreras a largo plazo. Los artistas son abundantes y reemplazables, y se conforman con poco. Uno de los trucos para contentar al cantante que ha pegado es regalarle un espléndido Cadillac y acallar así sus peticiones de dinero. Luego, cuando disminuyen sus éxitos, el triunfador descubrirá que sólo estaba pagada la entrada y que tiene que afrontar por su cuenta los plazos, o contemplar cómo le despojan de su signo externo de riqueza.

Muerte en el olvido
Ahora suena a divertida picaresca, pero los resultados de esa actitud fueron catastróficos. Arthur Alexander, responsable de canciones que luego fueron interpretadas por los Beatles, los Rolling Stones, Willie de Ville, Otis Redding o Bob Dylan, se retiró de la música en los años setenta tras comprobar que sus abundantes discos y composiciones no le rendían nada. Durante 15 años trabajó de conductor de autobuses y asistente social. El pasado año le rescataron para grabar el espléndido Lonely just like me (Elektra/Nonesuch), pero llegó demasiado tarde: a las pocas semanas, cuando volvía a la carretera, fallecía. Una vida profesional más que desdichada, apenas compensada por detalles postumos como el reciente lanzamiento de Adiós amigo (Caroline), un tributo discográfico de primera categoría.

Percy Sledge también puede contar abundantes historias crudas. Natural de Alabama, como Alexander, Percy entró por primera vez en el estudio en 1966. Le habían reservado una balada titulada Why did you leave me haby? que él reescribió como When a man loves a woman. Grabada con un arreglo simple e iluminada por la dolorida sinceridad de Sledge, la pieza ha vendido incontables millones de copias desde su lanzamiento, pero el cantante no figura en los créditos de composición y no se beneficia de sus beneficios. ¿Resultado? Percy Sledge ha vivido de desgranar en directo su canción eterna, sin hacer ascos a ningún contrato (una estancia en Suráfrica cuando el país estaba cerrado a los artistas internacionales) por humillante que fuera: hace unos años fue el protagonista indirecto de un escándalo racial, al actuar en un local sureño donde no se permitía la entrada a negros.


cuando le recriminan semejantes concesiones, Percy se limita a recordar que debe cuidar de 12 hijos y tres esposas. Para alimentarlos no dudó en regrabar sus clásicos para la compañía K-Tel, y también hizo elepés de bajo presupuesto para compañías poco escrupulosas. Ha podido sacar la cabeza en 1974: una sucursal de la Virgin francesa ha financiado Blue night, un disco hecho a la medida de su estilo eficaz pero limitado, con veteranos extasiados ante su voz nasal e incandescente.

Bobby Womack nunca ha necesitado abandonar el circuito de los segundones, ya que ha sabido moverse por la periferia del clan del platino rockero. Womack siempre fue listo: se casó con la atribulada viuda de su protector, Sam Cooke, tres meses después de que éste fuera asesinado. Pero no fue lo bastante listo para evadirse de los demonios del alcohol y otras drogas. Tocó fondo en los primeros años noventa: un segundo divorcio, el suicidio de un hijo, el homicidio de uno de sus hermanos..., y los bolsillos vacíos.

Salió del pozo con determinación. Engatusó a un estudio californiano para que le cediera las horas muertas, convocó a los supervivientes de la familia Womack y llamó a poderosos amigos y admiradores: los Rolling Stones, Stevie Wonder, Rod Stewart, Ronald Isley. Todos participan en el brillante Resurrection (Continuum / eSeSe), un disco confesional donde Womack demuestra inmensa sabiduría como vocalista de soul- rock.

La proximidad al mundo del rock también ha sido esencial para la reaparición de Booker T and The MG's. Los restos del grupo instrumental por antonomasia del soul sureño se aprovecharon de los sucesivos redescubrimientos de su música (Donald Dunn y Steve Cropper dinamizaron la dudosa propuesta de los Blue Brothers) y se les ha podido ver, reconstituidos e impecables, acompañando en grandes conciertos a Bob Dylan y Neil Young. Su primer disco en 13 años es That's the way it should be (Sony) y recuerda sus bazas: el arte de tocar con economía, la simplicidad reconcentrada.

Esas cualidades no son habituales en las grabaciones y los conciertos de George Clinton. El genio de este maravilloso lunático está en el exceso, en el delirio convertido en pasmoso circo. El motor de aventuras como Parliament, Funkadelic y mil proyectos diversos amaneció en los años ochenta arruinado e impotente. Demandado por romper un contrato, no podía grabar, y sus ahorros se evaporaron en orgías de cocaína. Un drama más o menos idéntico al de Sly Stewart, el otro gran revolucionario del soul psicodélico.

Sin embargo, Clinton ha sabido ponerse en pie. Grupos de rock como los Red Hot Chili Peppers y Primal Scream han recurrido a sus conocimientos, los insurgentes del hip hop han saqueado su catálogo de ritmos y ocurrencias (Clinton facilita el sampleado, a diferencia de su colega James Brown), y hasta Prince le ha reconocido como antecesor, fichándole para su sello, Paisley Park.

De hecho, la frialdad de la distribuidora de Prince (Warner) ante los irresistibles disparates de Clinton ha sido una de las causas de la guerra abierta entre el Príncipe y la multinacional, que ha desembocado en la fundación de una nueva compañía, NPG Records. Así, ahora, Clinton comparte discográfica con la santa Mavis Staples, voz solista de los muy legendarios Staple Singers, grupo familiar de gospel que se deslizó en los primeros setenta hacia el soul concienciado. Mavis funciona como madre protectora de Prince ("iEste chico no se alimenta como es debido!"), en agradecimiento a haber sacado brillo a su garganta, marginada por productores que la usaban en torpes arreglos.

Es el eterno dilema de la música negra. Los gigantes del soul sureño se eclipsaron al no querer, o no poder, adaptarse a los nuevos estilos de los años setenta. Y el público del gueto no manifiesta especial reverencia por los ídolos de épocas anteriores. El resultado es que esos titanes -y otros muchos como Wilson Pickett, Martha Reeves o Sam Moore- se refugian en el público nostálgico y en los conversos al soul. No importa, siempre hay enseñanzas en esas voces magistrales y esos ritmos de puño cerrado. □
Blue Night, de Percy Sledge, está a la venta editado
por Virgin.
Hey man... smell my finger, de George Clinton, por
NPG I Compadres.
The Voice, de Mavis Staples, por NPG / Compadres.
Resurrection, de Bobby Womack, por Continuum /
eSeSe.
That's the way it should be, de Booker T and The
MG's, por Sony.


HORAS DULCES EN ESPAÑA
El soul vive horas dulces en España. Recopilaciones corno Lo mejor del 'soul' (Arcade) han vendido centenares de miles de copias y abundan los grupos nacionales que mantienen la llama, en clave creativa (Cool Jerks) o revivalista (Respect). Es la venganza del soul, que fue aceptado en la España de los sesenta para ser despreciado después como algo hortera con la eclosión del rock progresivo.
Es una historia miserable que Patricia Godes relata con ira en Guía esencial del 'soul' (editorial La Máscara), el primer libro sobre el asunto publicado en español —al que seguirá un diccionario que prepara Luis Lapuente— y obra indispensable para curiosos y enamorados. La autora descubrió la magia del soul, en una improbable gira de artistas estadounidenses programada en 1969 por el Ministerio de Información y Turismo, y permaneció fiel al género desde su residencia en Castellón. Entró en el fan club de los Jackson Five y su nombre figura en los agradecimientos de un disco de Funkadelic.

Así que Guía esencial del "soul" es un libro escrito desde la experiencia de coleccionar y difundir esa música en un ambiente hostil. Fabulosamente ilustrado y dotado del indispensable índice onomástico, abre el apetito ante tantos y tantos artistas y discos que fueron menospreciados en España. Sólo le afea cierta tendencia a arreglar cuentas pendientes con los criterios musicales dominantes en nuestro país, que se manifiesta en desprecios gratuitos. Por ejemplo, la ficha de Prince es tan tajante como injusta: "No figura en este libro. Búscalo en uno sobre el rock comercial de los ochenta, al lado de Billy Idol y George Michael". Obviamente, el soul sigue despertando pasiones.







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