jueves, 28 de julio de 2011

The Rolling Stones “Beggars banquet”





1968 Decca

1968. En Estados Unidos las protestas contra la guerra de Vietnam lanzan a los jóvenes a la calle. En Francia los universitarios reclaman su derecho a ser realistas y pedir lo imposible. Mientras, en Inglaterra, The Rolling Stones no son ajenos a lo que ocurre, pero libran su propia batalla. Después de discos como “Aftermath” (1966) o “Their Satanic Majesties Request” (1967) y singles del calibre de “(I can´t get no) Satisfaction” o “Jumpin´Jack Flash”, gozan de una posición privilegiada en la escena británica. Sólo The Beatles, que ese mismo año publican el “White album”, pueden hacer gala de un status equivalente. Sin embargo, el entorno del grupo es tan turbulento como la situación político-social occidental.

El proceso de gestación de “Beggars Banquet” coincide con la segunda detención de Brian Jones por posesión de drogas. El guitarrista pasaba por un momento anímico crítico, y la grabación del disco actuó sobre él a modo de terapia. El trabajo con un nuevo productor, Jimmy Miller, y las últimas canciones de Mike Jagger y Keith Richards, que marcaban un retorno a las raices rhythm´n´blues de sus inicios, le hicieron abandonar los instrumentos exóticos con que había estado experimentando (mellotron, flautines marroquíes) para centrarse de nuevo en las seis cuerdas. Jean-Luc Godard recogía todos los detalles de la grabación del álbum con el objeto de utilizar el material filmado en la película “One plus one”, y Jagger aprovechaba la atmósfera del momento para unirse a la manifestación contra la Guerra de Vietnam ante la embajada norteamericana en Londres. El ambiente que se respiraba entre los jóvenes de medio mundo quedó reflejado en un disco cuyo primer single, “Street fighting man” (“Luchador callejero”), apareció en el momento oportuno, sólo unos días después de que la policía de Chicago arremetiera violentamente contra una manifestación celebrada durante la convención del Partido Demócrata. La canción fue considerada “una incitación a la violencia” y prohibida en cientos de emisoras de todo el país.

Los problemas se multiplicaron cuando Decca decidió posponer la fecha de edición del LP. El motivo aducido era que se negaban a aceptar el diseño de la portada propuesto por la banda, una fotografía del interior de un retrete con las paredes llenas de graffitis. Los tiras y aflojas durarían hasta diciembre, cuando finalmente apareció con una cubierta donde sólo se leía el título y el nombre del grupo. Para terminar de complicar las cosas, Andrew Loog Oldham, Eric Easton y Allen Klein, managers pasados y presentes del grupo, se enzarzaron en una serie de pleitos cruzados en los que se reclamaban indemnizaciones de varios millones de dólares.

En mitad de tal torbellino, The Rolling Stones sacan petróleo de la situación y completan uno de sus mejores trabajos, borrachos de blues (la soberbia “Parachute woman”), gospel (“Salt of the Earth”, original del reverendo Robert Wilkins) y hasta country, con un tema sobresaliente que se convierte, por derecho propio, en bandera de todo el álbum: “Sympathy for the devil”, un monólogo inspirado en la novela rusa surrealista de los años treinta “El maestro y Margarita”, de Mijail Bulkarov, donde Satanás se presenta como un dandy de voz susurrante que se introduce con la frase: “Permítanme que me presente…” Originalmente, repasaba su trabajo en la Tierra (la crucifixión de Cristo, el nazismo, el asesinato de Kennedy, la revolución rusa) a ritmo de folk, pero la decisión de introducir los bongos y el ritmo de samba que hoy todo el mundo identifica con el tema lo convierte en una lasciva incitación al baile que tiene la guinda en los insinuantes coros, improvisados de modo inesperado en el estudio por Anita Pallenberg y sus amigos. Así nacen las leyendas.

Eduardo Guillot

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