viernes, 7 de febrero de 2014

Compañeros de viaje

El crítico Ignacio Julia compartió 25 años con el grupo Sonic Youth. La crónica de esa relación le convierte en testimonio del eclipse de una profesión —la suya— y del modelo de negocio que imperó en la industria



Lee Ranaldo, Thurston Moore, Kim Gordon y Steve Shelley de Sonic Youth, en un retrato de 1998.

Estragos de una juventud sónica
Ignacio Julia
Alternia Editorial. Barcelona, 2013.
221 páginas. 20,80 euros

Por Diego A. Manrique

DURANTE LA PRESENTACIÓN EN MADRID de Estragos de una juventud sónica, su autor fue tajante: "Es el final del trayecto, jamás volveré a escribir un libro semejante". Está corriendo su reloj biológico, obviamente, pero también asistimos al eclipse de varios modelos. Tal vez nunca más podremos ver una trayectoria como la de Sonic Youth: un grupo de querencia experimental que transitó por sellos marginales, que saltó a una multinacional sin modificar sus planteamientos y que, en la década siguiente, volvió a la independencia.

En su práctica profesional, Julia (Barcelona, 1956) rompe el tabú que insiste en poner distancias entre periodistas y artistas: trató a Sonic Youth casi desde sus principios y mantuvo con ellos una reconfortante amistad (dos de ellos estaban presentes en el acto madrileño). Una conexión que hubiera existido de cualquier manera, pero que fue facilitada por la prosperidad del negocio musical, que ayudaba a mantener una prensa específicamente rockera.

Resulta dudoso que ahora pueda repetirse el prodigio de que una discográfica fiche a un grupo difícil y lo conserve —durante 16 años— esencialmente por prestigio. Y más problemático aún que sobreviva la prensa musical de papel, no hablemos ya de su prestigio y su capacidad de influencia.

Reconoce Julia que la mitomanía le unió a Sonic Youth. El mitómano, explica, "traga gozoso con el espejismo de una súper personalidad ajena y exagera en ella cualidades y excelencias. Provenimos de una época en que el anhelo de una mayor abundancia en estímulos artísticos llevaba a sublimar pulsiones estéticas, morales, sexuales o meramente lúdicas en el fantaseo con ese artista que, santo o preferiblemente pecador, permitía además la falacia de compartir una imaginada existencia de aventuras e infortunios. Había en aquella candida servidumbre algo emocionalmente deficitario, indudablemente, pero establecía una perspectiva creativa, pues proyectándote en el ser. admirado ponías casi tanto en la ecuación como él".

Con Sonic Youth, Julia podía compensar la frustración de demasiados años arañando virutas de información a un ingrato Lou Reed. Por el contrario, los jóvenes sónicos se mostraban accesibles y locuaces. Además, eran coleccionistas de discos. Julia comparte con Thurston Moore expediciones de búsqueda de vinilos, una experiencia intimidante: los bolsillos de cualquier rock star son mucho más profundos que los de un periodista musical.

Aunque conviene puntualizar lo de rock star. Sonic Youth fue un caso atípico hasta en eso: con treinta años de actividad, no lograron —en sentido estricto— un éxito. No fue su objetivo, alegan, aunque facturaron canciones sencillas y cumplieron con la liturgia del videoclip.
¿Estaban dispuestos a realizar otras con-cesiones para entrar en la Primera División? A pesar de contar con el patrocinio de Neil Young, chocaron con su equipo técnico cuando se fueron juntos de gira; Kim Gordon lo explica como una muestra del machismo institucional dé la aristocracia del rock, incapaz de aceptar a una mujer instrumentista como igual. En realidad, parecían más interesados por proyectos pa-ralelos, colaboraciones arty, lanzamientos fuera del radar de los grandes medios.

Con todo, Sonic Youth manejó admirablemente su carrera. Ejerciendo de bisagra entre el rock alternativo y el mundo del arte, protagonizaron abundantes aventuras que evitaron cualquier aburrimiento y embellecieron su perfil mediático. Pero finalmente se acomodaron. Lejos de la práctica del rock como ejercicio penitencial, que predica su antiguo compadre Steve Albini, priorizaron otros aspectos de la vida. Huyeron de Manhattan y se dispersaron por suburbios residenciales. Espaciaron sus ensayos y organizaron sus giras en verano, cara al lucrativo mercado de los festivales, para permitir a Moore y Gordon criar una hija.

No sabemos si Estragos de una juventud sónica fue facilitado por un pacto de silencio. Si hemos de creer al periodista, los miembros de Sonic Youth nunca participaron de las actividades recreativas habituales de cualquier músico en gira: la anécdota de la papelina de cocaína que les regalan —y que desaprovechan— les presenta incluso como pardillos en esos menesteres.

Lee Ranaldo aclara que no había artificio: "Nosotros siempre quisimos mantener nuestra vida en la normalidad y hacer que nuestra música fuera lo más extremada posible". Se parece mucho al credo profesional de Flaubert: "Soyez reglé dans votre vie et ordinaire comme un bourgeois, afín d'étre violent et original dans vos ceuvres".

Según avanza el libro, nada intuimos del virus que corroe secretamente a Sonic Youth. Se manifiesta por sorpresa: la ruptura de la pareja formada por Thurston y Kim, con la inmediata desintegración de la banda. Moore se justifica: "Ella se limitaba a quedarse en casa, tirada en el sofá viendo la tele; yo necesito salir por ahí de marcha, a romper cristales". Julia lo sintetiza en cuatro palabras: "Otra mujer, más joven". •

El Pais Babelia 25.01.14


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