viernes, 12 de octubre de 2012

Dorantes, el flamenco como lengua madre

Después de diez años, el pianista y compositor vuelve a grabar un álbum en el que ha contado con la colaboración de grandes del cante como Morente, Poveda y Carmen Linares. Nos recibe en su estudio para hablar de inspiración, creaciones y sacrificios 




Por Quino Petit



UNO puede comenzar el día en el estudio de Dorantes a las afueras de Sevilla y alcanzar el ocaso escuchándole tocar el piano como los ángeles junto a una orquesta sinfónica en una iglesia de origen mudejar. Si hace mucho ya que el flamenco corre por el mun­do libre de fronteras y ataduras, David Peña Dorantes (Lebrija, 1969), formado entre el conservatorio y la ilustre saga de los Peña -es hijo del guitarrista Pedro Peña, sobrino de El Lebrijano y nieto de la cantaora María La Perrata—, ha galopado a su aire práctica­mente desde que nació.

"No sé si quedan muros del flamenco por derribar. Hago la música que me apete­ce. Y me da igual todo. Si mi segunda lengua es la música clásica contemporánea, la pri­mera es el flamenco. Es el lenguaje que yo hablaba con mis padres. Soy incapaz de de­cirle a ese lenguaje qué le falta o le sobra. Quizá' el muro que haya que derribar en el flamenco es que de una vez sea libre. Y dejar­nos de pamplinas y de clasicismos. Yo he quitado algún muro de la casa del flamenco porque para mí es más cómodo y me permi­te abrir una ventana al mar. Puede ser. Pero siempre lo he hecho de una manera egoísta, no pensando en si era necesario hacerlo".

El pianista viste camisa blanca de lino, pantalones vaqueros y sandalias durante es­te día de veraniego calor infernal. Ha despe­dido al sol interpretando Orobroy, el afama­do tema que dio nombre a su primer disco hace 14 años, en compañía de la percusión de Nano Peña, el bajo de Estanislao Waflar y la Orquesta Sinfónica del Aljarafe que dirige Pedro Vázquez Marín. Un sabroso aperitivo a modo de ensayo del concierto que todos juntos darían días más tarde en uno de los patios traseros de la iglesia de San Pedro de Sanlúcar La Mayor (Sevilla), donde Doran­tes recuperó el pasado 2 de julio su espectáculo Sur sinfónico. Pero la jornada comen­zó mucho antes de llegar a esta iglesia. A media mañana. Raquel Rubio, esposa y mánager de Dorantes, abrió las puertas de su chalé en Mairena del Aljarafe e invitó a bajar al sótano que acoge el estudio del músico y compositor flamenco. Un Yamaha C-7 de cola preside la sala de ensayos y grabación. Aquí se ha gestado su nuevo disco: Sin mu­ros! (Universal). Un trabajo amasado duran­te dos años en los que Dorantes ha produci­do en su propia casa el tercer álbum de su carrera, después de su ópera prima Orobroy (1998) y Sur (2002).

Todo empezó en 2010, grabando la voz de Enrique Morente para el tema Refugio, unos tientos que resucitan de forma estremecedora el cante de Morente al ritmo per­cutido de los Taikos de Kazuma Inoue. "La mayor parte de este nuevo disco se hizo partiendo de la voz pela, grabada a palo se­co, y a partir de ahí fui creando", explica Dorantes. "Con Morente estuve comentan­do el tema antes de grabarlo. Yo quería darle un aire contemporáneo y él estaba de acuer­do. Cuando lo terminé de grabar aquí se lo mandé por mensajero y me dijo que le ha­bía gustado mucho. Tengo un recuerdo muy bonito de Enrique. Por su elegancia, por esa forma que tuvo de no amarrarse a lo de siempre y buscar. Y también hay que hablar de la elegancia de La Pelota, su mu­jer. Cuando terminé el tema Enrique se fue y yo no sabía qué hacer con él, si sacarlo o no en el disco. La llamé y ella me dijo: '¿Qué es lo que queremos, que Enrique ya no esté aquí? Muchas gracias por sacar esa canción y por llamarme'. Colgué el teléfono lloran­do. Fue la última pista que metí en este disco y la primera que había grabado cuan­do empecé a tener la idea de hacerlo".

La ilustre nómina de estrellas del cante que acompañan al piano de Dorantes en su nuevo álbum se fraguó del mismo modo. Cara a cara con cada artista. Sin intermediarios entre él y Carmen Linares, Miguel Poveda, Esperanza Fernández, José Mercé y Ar­cángel. Una vez que todo el producto quedó enteramente a su gusto, Dorantes llevó el material a la discográfica. Esta interco­nexión artística de tú a tú que facilitan las nuevas tecnologías musicales, en las que Do­rantes se desenvuelve con soltura, le llevan a la siguiente reflexión: "Se está fraguando una especie de generación del 27 entre los flamencos. Cuando la industria musical se tambalea estamos más unidos, colabora­mos más que nunca entre nosotros y esta­mos más pendientes de lo que hacen los demás. Es un fenómeno imparable".

¿Por qué han tenido que pasar diez años desde su anterior disco? "Por algo tan senci­llo como que mi preferencia no es grabar. Me gusta más el directo, tocar con otros músicos. Cuando saco un disco es porque considero que es el momento oportuno. Du­rante los diez últimos años no me he acor­dao, estaba en mi rollo y no he parado de componer. Ahora sí tenía algo nuevo que decir. El disco anterior se quedó en un cajón de la discográfica cuando cambiaron a un directivo de EMI, la casa donde yo estaba
entonces. Quizá se pensó que, al tratarse de un álbum instrumental, no daría los resulta­dos que esperaban. Me duele porque es mi obra. Está ahí y me la cancelaron".

Incluso cuando aborda asuntos no preci­samente gratos, el pianista habla con la tran­quilidad de un maestro zen y exuda el aire despistado de quienes viven inmersos en su arte. Suele pasar la mayor parte del día en el estudio del sótano de su casa. Nunca llega aquí después de las nueve de la mañana, tras preparar el desayuno a sus hijos: Ru­bén, que ya hace sus pinitos con un teclado, y Daniela, de nueve y cinco años, respectiva­mente. Quien espere nocturnidades creati­vas en este flamenco que se vaya olvidando. Es extremadamente metódico y estricto con los horarios. Mucho ha tenido que ver en eso su formación académica en el conserva­torio de Sevilla. "Allí estudié hasta octavo de piano, pero me di cuenta de que no era mi sitio. Entonces el flamenco no estaba toda­vía bien visto. Incluso un profesor de solfeo me hablaba mal de Camarón. Me fui de allí porque no entendían lo que yo hacía. Ahora ya no es así. Los músicos clásicos sí valoran el flamenco".


Muchos años después, en el patío de bu­tacas, Dorantes fue encontrando paulatina­mente a quienes le dieron clase en el conser­vatorio. Antes de recalar allí fue un autodi­dacta que se lanzaba desde niño al piano de casa de su abuela La Perrata. "Pero empecé con la guitarra porque en casa de mis pa­dres no había piano. Lebrija fue mi conserva­torio. Allí me enseñaron a vivir, a valorar las cosas, a afrontar las mañanas con alegría y a sentir la música". Miembro de una estirpe como la de los Peña, habría sido imposible que Dorantes escapase del flamenco. "¿Pue­de un inglés escapar de sú idioma?", se pre­gunta con guasa. Y admite que cuando llegó al conservatorio también hubo quienes sos­pecharon que podría perder flamencura con el academicismo. ¿Existen más detracto­res del flamenco dentro de España que fue­ra? "Yo creo que sí", responde Dorantes fren­te a un plato de pasta con salmón y caviar. Raquel, su esposa y mánager, remacha: "Quizá fuera de aquí no hagan análisis flamencológicos, sino musicológicos".

El suyo es un piano flamenco que no suena a guitarra, como le dijo en una oca­sión el músico argentino Luis Salinas. Siem­pre le obsesionó eliminar ese instrumento en sus grabaciones. Ahora ha recuperado su -sonido, pero en Sin muros! aparece en algún pasaje con un sello más Django, al estilo de los gitanos franceses, que de guitarra flamen­ca pura. Sus colaboraciones con músicos internacionales son incontables, pero entre quienes suele coincidir con más frecuencia están el contrabajista francés Renaud Gar­cía-Fons y el instrumentista búlgaro de ka-val Theodosii Spassov. Juntos mantienen la esporádica formación Free Jazz Flamenco Trío. Se conocieron en 2009 durante el Festi­val Etnosur, donde compartieron escenario con la Orquesta Filarmónica de Andalucía, Esperanza Fernández, la bailaora Pastora Galván y su tío Juan Peña, El Lebrijano. Un encuentro que dio pie al posterior espec­táculo Convivencias. Para despedir este día, Dorantes vuelve a sentarse de nuevo al pia­no junto a una orquesta sinfónica. Y cabe preguntarse si la afición a las grandes forma­ciones en directo es algo que le viene de familia.. "Bueno, de familia viene el hecho de dejarse levar. Los Peña usamos el nudis­mo en la música. Para nosotros no es moti­vo de discusión, sino un medio de expresar­nos y disfrutar. Aunque con la creación tam­bién se sufre... Pero ese es otro tema". •



Dorantes

Sin muros! Universal

Parapigma sin pretenderlo del artista gi­tano del siglo XXI, David Peña transporta la tradición, además de por razón de san­gre, por una suerte de conciencia étnica añadida que provoca que su música, por más que viaje por espacios sin límites (ni muros), tenga en el flamenco su princi­pio y su fin. Tal vez nunca tan cierto esto como en la tercera grabación del pianis­ta en la que los cantes —grabados con antelación— se convierten en el núcleo alrededor' del que crecen las composicio­nes. Cantes que parecen elegidos con una intención,que anticipa el propósito: los tientos de Morente con un eco cavernoso, la seguiriya antiquísima de su pa­dre Pedro, la sugerente guajira en la voz de Esperanza Fernández, la añeja estrofa de soleá que mete por tangos Mercé o la granaína con versos de Lorca de Carmen Linares. Las alegrías de Poveda junto a la malagueña de Arcángel. Las dos bulerías son, en cambio, instrumentales y de aire cosmopolita con la participación de Renaud García-Fons y Marcelo Mercadante. Como la nana que interpreta la israelí Noa. Una obra que parte de Oriente y se asoma a Occidente y en la que una tem­prana madurez se traduce en grandes dosis de serenidad y lirismo, y siempre con elegancia. Fermín Lobatón • 

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